Este mes hará mucho ruido una palabra: Hispanidad. Días atrás, como todos conocemos desde pequeños y aprendemos en las escuelas, se celebró el Día de la Hispanidad, que coincide con la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492.

Lo llamativo es que, con el auge de las derechas y los nacionalpopulismos de estos últimos años, este día se celebró (y precisamente en España, de la mano de los partidos de derecha y conservadores) con una fuerza y un ánimo pocas veces vistos anteriormente. 

El Partido Popular (PP) hizo énfasis en la idea de la Hispanidad como “el acontecimiento más importante de la Historia tras la romanización”. Santiago Abascal, líder de Vox, se refirió al presidente Joe Biden como “el lamentable presidente de Estados Unidos” que “ha atacado la gran obra de la Hispanidad: la evangelización”.

La pregunta es ¿qué hay que celebrar? O, más bien, ¿hay un vínculo moral? ¿Les importan de verdad las personas del otro lado del océano o esto es, una vez más, un juego de nacionalismos y batallas culturales?

Por lo que respecta a la última pregunta, la respuesta está más cerca de la segunda opción.

En la Hispanidad, partidos y políticos han encontrado otro nicho para enfrascarse en el más ferviente (y de moda) nacionalismo. Nacionalismo que recurre a conceptos como los de batallas culturales, evangelizaciones o acontecimientos nunca antes vistos

La realidad es que no hay una Hispanidad en cuestiones relevantes. Los vínculos históricos son hechos. Pero eso no implica necesariamente un vínculo moral con individuos que hacen uso de cualquier anacronismo con el fin de propulsar una política identitaria.

Si realmente les importaran los individuos de otras tierras, de otros lugares, estarían apelando a políticas como la libre inmigración, el mercado libre o la igualdad ante la ley. El problema es que no lo hacen. 

De hecho, el problema es que lo hacen todo por destruir las bases del progreso: la globalización, el mercado libre, la inmigración libre y la igualdad ante la ley. Lo hacen principalmente partidos como Vox en España o las formaciones de Jair Bolsonaro, Donald Trump, Marine Le Pen, Giorgia Meloni y demás líderes de la derecha nacionalpopulista.

Como bien señala el reconocido y original autor argentino José Benegas, “si quieren que haya algo hispano, mercado libre hispano, fronteras enteramente abiertas a la inmigración y los capitales, después hablamos. Pero parece que Hispanidad puede significar ser súbditos de un partido español nacionalista proteccionista, misma razón por la que América rompió con la metrópoli. Ni siquiera fueron agradecidos con Colón, ya que los reyes católicos lo defenestraron”. 

Lo importante no es la Hispanidad. Lo importante es y debe ser siempre la libertad. Y hoy, más que Hispanidad, parece hablarse de Hispanidad católica. Algo que demuestra el gran bluf en que se ha convertido este tema.

Los primeros puntos que vienen a nuestra mente con la Hispanidad son típicos del nacionalpopulismo: emociones, valores, costumbres y nostalgia. La Hispanidad activa las emociones que movilizan a la gente. El miedo a lo desconocido, el odio al distinto, el temor al cambio y la búsqueda eterna de chivos expiatorios (los judíos, las mujeres, los gais, los musulmanes, los que consumen drogas, los extranjeros, etcétera). También refuerza el nacionalismo y la obsesión con Occidente. 

La derecha ha encontrado en la Hispanidad otro vehículo para dar rienda suelta a su nacionalismo, a su obsesión con la unión de religión y Estado, y a su batalla cultural. Por ello es importante distinguir entre creencias religiosas y esas doctrinas políticas que hacen uso de las religiones.

En este sentido, Santiago Abascal (quien por cierto reniega constantemente de los inmigrantes) hace rebrotar este sentimiento envuelto en nacionalismo. Es el mismo sentimiento tribal al que apelan los populistas de izquierdas y de derechas

La pregunta que deberíamos hacerle a Abascal, que tanto habla de Hispanidad y que tanto se involucra en la región latinoamericana alertando sobre el populismo de izquierdas (un populismo con metodologías idénticas a las que él utiliza), es la siguiente: dicha Hispanidad, ¿incluye la inmigración libre de los latinoamericanos a España?

Tengan mucho cuidado. La alerta está prendida tanto en España como en América Latina. Los populismos son todos peligrosos, sin importar de qué ideología sean. Hoy, el nacionalismo y el nacionalpopulismo están más presentes que nunca

Una vez más, quien apoye los postulados de partidos como Vox o de políticos como Le Pen, Trump, Bolsonaro, José Antonio Kast y demás personajes de la derecha nacionalpopulista debería quitarse el título de liberal o de defensor de la sociedad libre y abierta y ponerse el de conservador o de derechas. Cuando no declararse abiertamente fascista.

Que no sigan haciendo daño a la idea de la libertad. Que no sigan confundiendo. Los liberales creemos en la libertad siempre y en todo momento, no cuando conviene. No para algunas cosas sí y otras no.

El fenómeno en la derecha no se puede subestimar. El liberalismo se ha opuesto históricamente al colectivismo de izquierdas, pero también al colectivismo de derechas, y no entra en el eje izquierda-derecha, como señala la economista Deirdre McCloskey. En Camino de Servidumbre, publicado en 1944, Friedrich Hayek lanzó una advertencia sobre el peligro de los totalitarismos de izquierda y de derecha. En ese libro, Hayek nos enseñó que las mayores amenazas a la libertad pueden venir de lugares inesperados. 

La derecha es enemiga del libre comercio, de la libertad de asociación entre individuos, de la libre inmigración y del capitalismo laissez faire. Y es enemiga del comercio porque el comercio no distingue a la gente por su color de piel, clase, género, lenguaje o lugar de nacimiento, sino que entiende el valor de los individuos como individuos, como personas, como humanos.

Por el contrario, la derecha ve el Estado y la Nación como los motores del orden social.

Quiero insistir en algo. Los individuos tienen derecho a vivir su vida de la manera que les guste, incluso de manera conservadora o ultraconservadora, puesto que el liberalismo no busca imponer unos valores sobre otros ni decir en qué dios creer. Lo que sí busca el liberalismo es que nadie imponga una agenda moral o religiosa a través del Estado que nos haga vivir de la manera que otros creen correcta.