La bisexualidad del hijo de Superman está dando que hablar estos días y yo no me resisto a entrar al trapo. Desde Manuel Jabois a David Mejía, oigan, que es como decir de Calasparra a Gisborne, o sea, la tira de gente, habla de esto.

Aprovecho, gozosa, este interés repentino por los cómics para recomendarles que lean El amante de Lady Frankenstein, del gran y muy querido Hernán Migoya, y que revisiten Krazy Kat, que en cualquier momento caen las hordas neoinquisitoriales sobre George Herriman (el único dios en el que creo junto a Robocop). Fin del inciso.

Empezaré con un vayapordelantismo de esos que tanto detesto: superafavor de que el hijo de Superman, y cualquier hijo de vecino, sea bisexual. Tan a favor como de que sea heterosexual, transexual, rubio, alto, le guste el alpinismo, cultivar amapolas o se haga vegano. 

Mi única línea roja es el asesinato injustificado (o deficientemente justificado) y los botones. Y ni siquiera eso, si se trata de una ficción. Las inclinaciones sexuales de cualquiera, así en general, me la traen al pairo. Me puede interesar, como mucho, si quisiera establecer algún tipo de acercamiento presicalíptico con el hijodé en cuestión. Es decir, si fuera relevante para el desarrollo de la historia, de mi historia en este caso. 

Pero si no aporta nada, si, como diría Antón Chéjov, es un arma que aparece sobre la mesa, pero que luego nadie va a utilizar de manera determinante, se me ahorren el arma, gracias. 

Trasladado eso al cómic. ¿Aporta alguna información determinante del personaje su bisexualidad, más allá de dejar clarinete que se está muy a tope (¿y quién no?), por bonhomía, de la libertad de cada uno? 

Creo que el problema, de haberlo, de que Superman tenga un hijo bisexual es el hartazgo general ante un inusual y brutalista empeño por meter la consigna y el eslogan en absolutamente toda creación. De los libros a las pelis, de los cómics a las canciones. No hay causa justa hoy en día que no haya sido ya instrumentalizada hasta la saciedad.

El hijo de Superman, qué pereza y qué obviedad, no es el primer personaje de cómic bisexual u homosexual, ni será el último. No es, obviamente, ese el problema. Lean, les sugiero (tanto a los escandalizados porque creen que todo el mundo anda escandalizado por eso como a aquellos que efectivamente se escandalizan, y a los que no), cualquiera de los cómics de Alison Bechdel, especialmente Fun Home y ¿Eres mi madre? Ya me contarán. 

El problema, supongo, es el ansia de adoctrinamiento, de ilustrar mediante introducción panfletaria de mensaje machacón, como si fuésemos todos analfabetos medievales ante un retablo. Como si la operación de marcaje con el cuño “normalidad absoluta y elogiable” o “francamente censurable”, según el caso, sobre cada circunstancia, acto o característica, fuese imprescindible para que, párvulos mentales como somos a sus ojos, así lo entendamos. 

No creo que haya que analizar el hecho tanto desde el punto de vista de la reacción del público, que es individual y personal, sino de la intención del emisor. ¿Qué se pretende con eso? ¿Es un interés genuino y honesto, como en los cómics de Bechdel, de desarrollar una historia en la que ese detalle precisamente es determinante para plantear dilemas morales y reflexionar sobre ellos, sobre sus consecuencias? 

Incluso aunque no fuera ese el punto, aunque fuese algo únicamente frívolo y superficial, puro entretenimiento sin pretensión intelectual… ¿aporta algo a la historia? ¿Podría esta desarrollarse de igual modo sin esa característica? 

Porque, puestos a elegir, y sin molestarme en absoluto que el hijo de Superman sea bisexual (aquí les dejo otro vayapordelantismo, qué bochorno), hubiese preferido uno que tuviese una trompa en la frente, brillase en la oscuridad y, en lugar de luchar por el cambio climático, viniese a casa a cambiarme las bombillas, poner lavadoras y cortar el césped.

Si encima me trae el desayuno a la cama, yo ya a tope con su bisexualidad, con la de su padre incluso, y con lo que haga falta.