Cómo iba a ganar España la Liga de Naciones, ¡contra Francia! ¿Imaginan a Valencia perdiendo un concurso de paellas frente a Bristol? No perdamos la esperanza. La UEFA es ingeniosa y cualquier verano nos sorprende con un torneo de plurinaciones en el que arrasaremos a los jacobinos.

La Selección española se reencontró el domingo con su esencia, que no es el tiki-taka, sino la frustración. Caer injustamente, tras haber rozado el triunfo con los dedos, es la idiosincrasia de la que podemos presumir. Bien lo sabe nuestro seleccionador, Luis Enrique, cuyos gritos de impotencia en USA ’94 son el retrato eterno de este siniestro conjuro.

Los más jóvenes no lo vivieron, pero antes de la era gloriosa hablábamos del maleficio de cuartos. La maldición no estaba en perder, sino en perder sin merecerlo. Nos quedábamos a las puertas de las semifinales por una injusticia: un penalti mal pitado, un gol anulado, una cantada de Julio Salinas… El gol de Mbappé en fuera de juego confirmó que la Selección volvía a ser víctima del mismo hechizo, ese que nunca dejó la política.

“Demasiados retrocesos”. Así definió la historia de España el historiador Ramón Carande, y es el sintagma que me viene a la mente cuando pienso en aquella manifestación de hace cuatro años. El espíritu del 8 de octubre de 2017, como antes el espíritu de Ermua, dio nombre a la respuesta cívica y espontánea provocada por un golpe totalitario contra la democracia. Aquel espíritu de unidad constitucional se disolvió tras la moción de censura de 2018 y su reencarnación parece cada vez más imposible.

Como escribía ayer Manuel Arias Maldonado, nada simboliza la ruina de aquel sueño como el asalto a la carpa de S’ha acabat! en el campus de UAB; los nacionalistas són gent de pau, salvo con los no nacionalistas. La imagen del profesor Rafael Arenas, agarrado a un poste de la carpa como al mástil de un barco naufragado, debe quedar para la antología de la infamia. Que quede en la memoria, como nos quedó grabada la cara ensangrentada de Luis Enrique como símbolo de la injusticia, la impotencia y la fatalidad.

¿Fue real el 8 de octubre? En el peor de los casos, fue un bonito sueño. Ya lo escribió Renard: “He construido castillos en el aire tan hermosos que me conformo con sus ruinas”.