Ahora llega el turno de los dueños de mascotas: si los hijos no pertenecen a los padres, ¿cómo iban a pretender ellos que les pertenecieran los animales?

La afición de algunos políticos por regular la vida de las personas ha dejado huella en la nueva Ley de Protección y Derechos de los Animales presentada este miércoles. Estoy impaciente por leer la letra pequeña para conocer cuál debe ser el diámetro de la rueda de un hámster en relación con su peso y tamaño.

Sí sabemos ya, por ejemplo, que los particulares no podrán tener más de cinco animales en su hogar. Al parecer, los promotores han tenido la delicadeza de no incluir en ese cupo a hormigas, gusanos de seda, piojos o cucarachas.

En cualquier caso, me apresuro a ofrecer una idea a la ministra Belarra (impulsora de la norma), que podría contribuir a generar empleo. Ya que el Gobierno ha renunciado a la Alta Inspección educativa, cabría crear un cuerpo de controladores de mascotas para garantizar el correcto cumplimiento de las nuevas disposiciones. Incluso podría rotularse el principio de la ley sobre el dintel de entrada de cada edificio: "Una casa, cinco bichos máximo".

Habrá que ver aún cómo se soluciona el caso de aquellas mascotas particularmente prolíficas, como los conejos. Una hembra trae al mundo una media de siete gazapos por parto, lo cual amenaza con crear conflictos.

Pero no podrá reprocharse falta de sensibilidad al legislador, que ha previsto que aquellas personas que quieran tener media docena o más de animales puedan registrarse como "núcleos zoológicos". Cosa distinta será que el coste de los cambios a introducir en la vivienda compense la pasión animalística.      

Con todo, la medida estrella del Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030 diría que es la que obliga a los dueños de los perros a superar un curso de formación. Lógico.

Dado que hay un amplio consenso social en cuanto a que los chuchos son uno más de la familia, parece oportuno realizar algo así como un cursillo prematrimonial antes de empezar a compartir nuestras vidas. De hecho, otro de los preceptos de la ley es no dejar solas a estas criaturas más de veinticuatro horas, algo que no pueden decir muchos humanos de sus parejas. 

Sólo pondría un par de peros, por hacer de abogado del diablo. La norma quizás no contempla en su complejidad el mundo rural y, por otra parte, hasta donde conocemos, se ha olvidado de la protección de las plantas, esos maravillosos seres vivos dignos igualmente de nuestra comprensión y afecto.

Por supuesto, el Oceanográfico de Valencia, el mayor acuario de Europa, tendrá que echar el cierre. Podría convertirse tal vez en piscifactoría, al menos hasta que a algún ministro de Sánchez se le ocurra acabar con este tipo de instalaciones por torturas o contaminación ambiental. Pero el texto legal es claro y habla de "resignificar" acuarios y zoológicos, de manera similar a lo que se pretende hacer con el Valle de los Caídos.

Me preocupa mucho la cabra de la Legión. Puede estar siendo víctima de explotación laboral o de uso indebido de cuadrúpedo en espectáculos. Quizás la veamos desfilar por última vez la semana que viene en el día de la Fiesta Nacional.