Si hay que juzgar un proyecto por sus objetivos, tenemos que convenir que la llamada Convención Nacional del PP ha sido un éxito. Se trataba de exhibir, en varias capitales de provincia españolas, a un amplio elenco de líderes políticos europeos y americanos, así como a políticos españoles y destacados miembros de la sociedad española, en torno al liderazgo de Pablo Casado.

A fe que lo han conseguido.

Sin duda, el PP ha salido reforzado esta semana en lo que es muy importante en la vida interna de un partido político: la movilización y autoestima de los propios. Sin ellas es imposible movilizar a los ajenos. Es lo que el PP padeció entre 2015 y 2019.

Según el diccionario de la Real Academia Española, una convención es la “reunión general de un partido político o de una agrupación de otro carácter para fijar programas, elegir candidatos o resolver otros asuntos". 

En este caso, ni se ha redactado un programa, ni se han elegido candidatos. Pero sí se han resuelto otros asuntos.

El primero es la imagen de un partido fuerte y unido como alternativa al socialismo sanchista que padecemos. El segundo, reflexiones, ideas y propuestas que serán particularmente útiles cuando toque perfilar un programa electoral. Un programa que espero no alcance las 304 páginas del programa marco del próximo Congreso del PSOE. Brevedad, claridad y diez prioridades que se vayan a cumplir de verdad son suficientes para presentarse ante los cansados y escépticos votantes españoles.

En el capítulo de aciertos está la recuperación, aunque sea en el discurso, de Alejo Vidal-Quadras. Es de agradecer, en el marco de la corrección política habitual de los partidos políticos que han venido gobernando España desde 1977, una voz que clame vehementemente sobre el nefasto y evidente resultado de alimentar, incesante e ilimitadamente, a los separatistas que pretenden destruirnos como Nación.

Otro indudable acierto fue poder escuchar a un Político con mayúsculas como Nicolas Sarkozy. Ya sé que la crítica fácil de sus problemas judiciales en Francia permite a la izquierda chistes y chascarrillos sobre el dirigente político francés. Ya quisieran ellos contar entre sus amigos a alguien con la claridad de ideas de Sarkozy. Sus recomendaciones en política nacional e internacional fueron brillantes. Su definición y vivencia del liderazgo político no pudieron ser más iluminadores. Imagino que el pasivo marmolillo de Mariano Rajoy, que fue todo lo contrario, debió perturbarse al escucharlo.    

De Sarkozy quiero destacar una idea que me parece central (se puede ver y escuchar en YouTube). En la dirección política de asuntos esenciales o críticos (seguridad, unidad nacional, política internacional, etcétera) hay que tener una visión, explicarla a la opinión pública y, eventualmente, atraer al resto o parte de las fuerzas políticas. Si un dirigente, para tomar una decisión o una propuesta firme de reformas, se limita a esperar el consenso, es muy probable que termine perdiendo la oportunidad de resolver la crisis. La historia de España y de Europa está llena de ejemplos de oportunidades perdidas por no tomar decisiones a tiempo.

Hasta aquí el activo de la Convención. En el pasivo del PP destaco dos temas. La ausencia de equipo visible y el modelo de partido.

En las monarquías parlamentarias hay una institución esencial de la oposición: el gabinete en la sombra. Si uno se pregunta quién es el ministro del PP en la sombra o el portavoz de Exteriores, Economía, Educación, Medio Ambiente o cualquier otra materia, encuentra un vacío. Cuesta hallarlo incluso en la página web del PP. No hay banquillo o es clandestino.

Otro gran problema es que no se aprecia en el PP un cambio en el modelo de partido nacional desde arriba (es lo que denominan “unidad”) y que ejercen todos los líderes que pretenden llegar a la Moncloa. Un modelo de centralización leninista que favorece el caudillismo, impropio de una monarquía parlamentaria. Una centralización que, además, es un corsé para el crecimiento y la ampliación de la base del partido.

En España, lo habitual es un Congreso del PP cada cuatro años (en el mejor de los casos); una financiación pública administrada y repartida desde la sede central de Madrid; y unas listas electorales impuestas desde la dirección nacional a efectos de un control efectivo del grupo parlamentario.

El control centralizado de Madrid sobre las regiones y provincias es lo que explica la languidez del PP en Cataluña, su casi inexistencia en las provincias vascas y los choques con regiones con personalidad acusada, como Madrid.

Si observamos otros ejemplos de control de los líderes desde la base del partido o desde la independencia de los diputados en otras monarquías parlamentarias europeas, vemos una extraordinaria diferencia. En esos partidos se celebra una conferencia anual del partido para ratificar, o no, al líder o candidato a primer ministro. Los diputados pueden destituir al líder con una simple votación interna, algo impensable en el modelo español. En esos partidos, el aparato de la organización es minúsculo comparado con la profesionalización de los cientos de empleados con que cuentan los partidos en España.

La Convención del PP ha servido de estímulo interno y como propaganda externa. Ahora es preciso proponer un horizonte de reformas políticas sobre los graves defectos que arrastramos desde 1977. El próximo movimiento ya no puede ser una itinerancia de la organización, sino la voluntad de cambio. Y que Pablo Casado, además de ideas reformistas, demuestre que cuenta con un equipo para llevarlas a cabo.