Los españoles del siglo XXI, en la medida en que seguimos siendo herederos de los del siglo XVI, no "colonizábamos". Esto habrá que seguir repitiéndolo una y mil veces. Las sociedades americanas, integradas en el Imperio español, no se consumían y jibarizaban (o sencillamente desaparecían). Al contrario, se ensanchaban y engrandecían incorporadas de pleno derecho en el área de difusión occidental.

Una vez que se toma conciencia de la vastedad continental de América, la acción de España allí no se limitará, atendiendo al modelo fenicio de constitución de factorías costeras, a comerciar y explotar los recursos desde una metrópoli peninsular, como harán los portugueses y a continuación holandeses e ingleses en otras latitudes.

España tratará de arraigar según un modelo romano fundando ciudades en las que introducir (civilizar) a la población indígena. Las Indias no eran colonias tituló el argentino Ricardo Levene su libro allá por el año 1951. Lavene presentó incluso un plan a la Academia de Historia argentina para retirar el nombre de colonial al período virreinal.

En efecto, España perseguirá formar en América una réplica urbana de sí misma (picota, cabildo, plaza de armas, catedral y hospital) con el fin último, según se determinó en las bulas alejandrinas, de evangelizar a la población indígena.

Bajo las instituciones españolas, reguladas por un derecho que es reproducción isonómica del derecho castellano (las Leyes de Indias), la población indígena, lejos de ser aniquilada como quiere la versión lascasiana y su eco actual indigenista, podía prosperar en la escala social en cuanto súbditos de la Corona de Castilla. Por lo menos no tenían más dificultades que los habitantes de la Castilla peninsular. Recordemos el testamento de Isabel la Católica en el que se habla de la necesidad de un mismo tratamiento para sus súbditos de ambos hemisferios. 

También podía prosperar sin que la condición racial fuera ningún impedimento, siendo el mestizaje uno de los rasgos más patentes de la acción de España en América. Ya decía Gregorio Marañón que "los españoles nunca hemos hecho violencia en nombre de la raza. Los que tramaron la leyenda negra eludieron, como es natural, el tocar este punto, que representa una gloria nada banal en nuestro haber civilizador".

Pero es que, además, la vida en la sociedad virreinal, normalizada por esta legislación indiana, será la base del ulterior ordenamiento constitucional de las repúblicas americanas (como reconocerá el propio Bolívar) que procederán a su emancipación en el siglo XIX.

Misma base constitucional, por cierto, que servirá también para la creación del ordenamiento jurídico de la España peninsular. La Hispanidad de "ambos hemisferios", según la fórmula gaditana, desciende de la misma madre, que es ese mastodonte histórico llamado Imperio español. O, si se quiere, monarquía hispánica).

La España peninsular actual no es madre de las actuales repúblicas hispanoamericanas, sino hermana, descendiendo todos nosotros del mismo tronco histórico, y del que todos somos partícipes a pie de igualdad.