Anunciaba hace unos días el director del Festival de Cine de San Sebastián la muy feminista decisión de acabar con las distinciones de sexo en los galardones de actuación. Es decir, que la Concha de Plata sería a partir de ahora para el mejor intérprete,  así en general, independientemente de si es hombre o mujer. “Nos sumamos así”, decía ufano, “al camino iniciado ya por nuestras amigas y amigos de la Berlinale”.

Es importante el desdoblamiento de género porque todo el mundo sabe que no hay nada más feminista en este mundo que un buen desdoblamiento a tiempo; y que no hacerlo es estar a favor de la brecha salarial, el maltrato, la cultura de la violación, de blanquear la ultraderecha y a tope con Antonio David Flores

El pobre José Luís Rebordinos, que ya había computado mentalmente su minipunto de aliado, de verdadero hombre deconstruido y vuelto a construir pero bien, pensaba que no hay nada más igualitario que la igualdad, que diría Ione Belarra. “Si los hombres y las mujeres somos iguales, que lo somos”, pensaba Rebordinos, viéndose ya aplaudido por todas y por todos, “pues a tope con eso: un único galardón para el mejor o la mejor y punto”. Rebordinos desdobla hasta en los monólogos interiores, yo me limito a transcribir. 

Pues no. Tiempo les faltó a las de CIMA para poner el grito en el cielo porque esta medida invisibiliza a las mujeres. Y es que al tomar la decisión se les había pasado por alto algo importante. Decisivo, diría yo: este feminismo que nos ha tocado en suerte no está por la igualdad de oportunidades, está por la igualdad en los resultados. Independientemente del mérito, del talento, del esfuerzo, del sentido común y de la realidad, incluso. Cantidad por encima de calidad. 

Le auguraba yo a esta medida una duración aproximada de lo que tardasen en cometer la imprudencia de premiar a un hombre. Medio en broma, medio en serio, lo decía. “En cuanto premien a un hombre”, me pitorreaba yo, “se montará un cirio y acabarán inventando las categorías de Concha de Plata a mejor intérprete femenina y Concha de Plata a mejor intérprete masculino”.

Pero son malos tiempos para la sátira y cualquier intento de hiperbolizar hasta el esperpento se ve superado ya por la realidad. Así, mi chistecillo nacía muerto, porque no ha hecho falta ni que premiaran a un hombre. La simple posibilidad de que lo hicieran ya convertía la medida en una nueva conjura heteropatriarcal, una cosita así de machismo estructural, cuyo fin es el de invisibilizar a la mujer en la industria del cine. 

Había pensado terminar la columna enviando un mensaje a Rebordinos diciéndole que la manera de no meterse en estos líos es otorgando un único galardón a Indiscutible Mejorcísima Actriz del Año y proyectando sólo películas protagonizadas por mujeres que interpretan a personajes femeninos fuertes, capaces, independientes, estupendísimas personas y felices. Pero ahora me da miedo ponerlo y que cuando esto se publique ya se haya exigido desde la Secretaría de Igualdad de la Unión de Actores y Actrices. Así que mejor no.