Corrimos como cuando la política era mediocre, pero no terminaba de explotar. En una repentina vuelta al pasado, me encontré envuelto en un pelotón de cámaras y micrófonos que perseguía al todopoderoso campeón de marcha (y expresidente del Gobierno) Mariano Rajoy. Y era una sensación placentera. Sabíamos que Rajoy no nos iba a decir nada, que sudábamos por sudar, ¡pero qué España aquélla! ¡Quién la pillara!

Con sus corrillos sobre ciclismo y financiación irregular. Con sus apretones de manos entre los distintos. ¡Decir fascista todavía significaba algo! Así llegué al homenaje a Rubalcaba: corriendo detrás de Rajoy. Él andaba (¡cómo es posible!), pero yo corría como un condenado.

De pronto, en la Residencia de Estudiantes, me los encontré a todos: la vieja guardia del PSOE. Los hombres de la chaqueta de pana que dejaron de llevar chaqueta de pana. Felipe, Carlos Solchaga, José Mari Maravall, Javier Solana… Oteé el resto de las sillas, pero no lo encontraba. ¿Será posible?

Durante el acto, seguí buscando. “Habrá llegado tarde”, pensé. Mi ingenuidad comenzó a agotarse al mismo tiempo que los discursos: “Oye, a ver si después de 30 años siguen a cuchilladas”. Pero no, no podía ser. ¿Tanto tiempo anida el veneno en el corazón del hombre?

Además, en aquel acto se reencontraron los ministros de Sánchez con los ministros de González, que son como dos partidos distintos y que mantienen una guerra fratricida muy golosa para los cronistas. ¡Hasta Adriana Lastra saludaba a sus predecesores después de haberles despachado hace meses con el "¡ahora nos toca a nosotros!".

Tenía que haber una explicación. Me acerqué, haciéndome el despistado, a un corrillo de exministros de González. Por fin, pregunté: “¿No ha venido Alfonso Guerra?”. Me miraron como si estuviera loco. Uno de ellos soltó una carcajada, pensando que lo mío era una broma.

Entonces, insistí: “¿No ha venido Guerra?”. Me respondieron con otra pregunta: “Pero, ¿cómo a venir Guerra a un acto de la Fundación Felipe González”. “Hombre, no sé… Se trata de un homenaje a Rubalcaba”. De hecho, fue Rubalcaba quien reunió a los dos en un escenario durante la campaña electoral de 2011, lo que resultó todo un acontecimiento. No lo habían invitado, me dejó entrever un miembro de la organización.

Como no podía sacar la libreta, esbozaré un poco a vuelapluma la contestación que obtuve: “No, no lo echamos de menos”. Maravall, en abierto y durante una entrevista reciente, me dijo que Guerra había fantaseado cuando dijo que hablaba “algo” con González. Y Julio Feo, mano derecha del entonces presidente, me desveló: “Nunca los vi tomarse un café. Aquello era como un Gobierno de coalición”.

La política está llena de cafés entre quienes no se soportan. ¡Cómo tiene que ser la relación entre dos personas que gobiernan codo a codo y no pueden tomarse un cortado! O lo que es peor: ¡cómo tiene que ser para que, después de 30 años, sigan sin poder tomárselo! Sólo hay una respuesta posible: la política saca lo peor de nosotros.