Hubo un tiempo en el que Soraya Sáenz de Santamaría le acariciaba el lomo. Con su encanto o con lo que fuera creyó habérselo ganado. Y llegó el 1 de octubre y pasó lo que pasó porque no había entendido nada: engañarla a ella y a Mariano Rajoy estaba en su naturaleza, en la de Oriol Junqueras y en la de todo el nacionalismo.

Nada personal, sin duda. Porque si el nacionalismo quiere, si el precio es el adecuado o si ahora mismo le viene mal tensar la cuerda (porque anda a la gresca, porque no hay acuerdo en el reparto del botín), puede dilatar, sí. Pero nunca desistir. Y miente, pero por un bien mayor.

Hasta el 2017, o más bien hasta que la crisis y la corrupción pusieron a los convergentes contra las cuerdas y Artur Mas iniciase su declive bebiendo cava a morro, el precio nunca fue el abismo. Pero sin duda, sí, el camino para llegar hasta él. Ese mismo que, como el del infierno, está empedrado de buenas intenciones (y malas decisiones), pero cuyo final ya sabemos cuál es: la independencia. 

Pedro Sánchez finge ahora estar en Oslo y su corifeo le alaba como si fuese Shimon Peres o Isaac Rabin. También acaricia el lomo de Junqueras y recibe de él cartas amarillas sometidas a tantas exégesis como los escritos de los Padres de la Iglesia. Pero no estoy muy segura de que se esté dejando engañar.

No por su superior inteligencia, ni porque haya aprendido la lección, sino porque las consecuencias de los indultos para los catalanes no nacionalistas y para el resto de españoles le dan igual.   

Carta salvavidas de Junqueras, cacareo de interpretaciones diversas, que si descarta la vía unilateral, que si no dice eso, que si quién es él para descartarla, que si dos años de paz, que si ni de broma... Ruido, farfolla, nada.

El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña acuerda que los exámenes de selectividad se ofrezcan en catalán, castellano y aranés para que cada alumno tenga la opción de escoger el idioma que prefiera (libertad, legalidad, sentido común).

La respuesta de la consejera de la cosa (Gemma Geis) no se hace esperar: peineta en todo lo alto. Lo que viene siendo habitual.

¿Querían una interpretación fiable de la carta de Junqueras? Ahí está. Eso es lo que están dispuestos a negociar: nada.

Y mientras tanto, entretenidos en la virtud cristiana del perdón que Carmen Calvo nos reclama, pretenden que, con la vista fija en el difuso delito de sedición, olvidemos que al menos cuatro de los políticos presos los son también por malversación de caudales públicos. O, lo que viene siendo lo mismo, por robar.

Cientos de políticos antes que ellos han sido imputados o condenados por el mismo delito. Unos han sido exonerados, otros están a la espera de juicio y otros se pudren en la cárcel. Generalmente olvidados o negados por su partido.

No es el caso de Oriol Junqueras, Raül Romeva, Jordi Turull y Dolors Bassa. Tratándose de ellos (por catalanes, por nacionalistas), ese delito (según su sentencia, agravado por razón de su cuantía) no cuenta.

Si eso es así es porque la corrupción entre los nacionalistas catalanes se da por descontada, como un hecho diferencial, como una predisposición genética.

Y al resto se nos queda la cara de imbéciles ante la constatación de que, en un país en el que se presume de que todos somos iguales ante la Ley, una vez más, nacionalistas vascos y catalanes nos recuerdan, siempre que pueden, que nunca ha sido así.