Llevo todo el fin de semana muerta de la risa con el vídeo de Irene Montero utilizando un demencial lenguaje inclusivo (inclusiva, inclusive) durante un mitin en una azotea, muy último concierto esto, con colectivos LGTBI.

No puedo dejar de verlo en bucle, no puedo pensar en otra cosa. Ni al recreo quiero salir, no me divierto con nada. No puedo leer ni escribir. Y culpo por ello a mi amiga Irene González, columnista brillante que no tardó ni medio segundo en enviarme el vídeo por WhatsApp. No te lo perdonaré jamás, Irene. Jamás.

Otro medio segundo es lo que tardé yo en enviárselo a Pablo de Lora, voz imprescindible hoy en día y cómplice jacarandoso en estas lides, que también ha visto echado a perder su finde por esto. Viva el ocio, viva el asueto. 

No creo que a estas alturas quede alguien sin haber visto el vídeo, pero yo les cuento por si acaso. La muchacha, engabardinada y encoletada, arenga a los asistentes, repantigados en sillas de playa, y les alerta de los peligros por venir con el advenimiento de la ultraderecha (ultraderecha, en lenguaje podemita, significa todos los demás). Y lo hace, claro, en lenguaje inclusivo, que todo el mundo sabe que es un Detente, bala infalible contra toda injusticia social.

Disculpen si se me escapa una risita. 

“Os pido a todos, a todas, a todes que el día 4 de mayo no se quede un solo voto en casa”, espetó con una soltura tal que descubría ensayo previo.

Nadie puede decir “a todas, a todos, a todes” a esa velocidad y de manera espontánea sin confundir alguna vocal o que te entre la risa. Ni siquiera Les Luthiers podrían haberlo hecho mastropieramente mejor, y pocos han jugado con el lenguaje de manera más virtuosa. 

“Su hija, su hijo, su hije”, prosigue como si nada, como si declinase un rosa rosae, como quien enseña las vocales a un aula de P3.

Que levante la mano quien no ha sentido por un momento que detrás venían, invariablemente, un su hiji y un su hiju. Como aquella párvula canción en la que ibas cambiando todas las vocales hasta acabar con boquita de piñón diciéndolo todo con U.

Nuestra excusa entonces es que teníamos tres años. Desconozco cuál es la de Laquenodebesernombrada ahora. 

Más allá de las risas, de lo superficial de la medida, de lo farragoso de la perorata, del desprecio por nuestro lenguaje, de la infantilidad, de la condescendencia. Más allá, digo, de lo inservible como medida social que pueda ser la pretensión de normalizar algo tan artificial y poco práctico como es el desdoblamiento indiscriminado de los sustantivos en forma masculina y femenina (y no binaria), evidencia, y eso es lo preocupante, la banalización de problemas reales y de la forma de abordarlos y la no-acción como principio rector del chiquipark para adultas Alcalá 37, mercería posmoderna que pagamos entre todos. Y todas y todes. 

Pero es que, además, en la práctica, el desdoblamiento (destriplicamiento ya y lo que te rondaré morena) del sustantivo se carga de un plumazo el principio de economía del lenguaje, ese que opera por la eficiencia para facilitar la comunicación.

Provoca, también, dificultades sintácticas innecesarias, dificulta la redacción y la comprensión, genera problemas de concordancia y, por si todo esto fuera poco, que no lo es, ignora la condición de no oposición entre masculino y femenino que caracteriza al uso del masculino genérico. 

Es decir, que el lenguaje inclusivo de Montero lo que hace es enfatizar la diferencia, remarcar la oposición entre lo femenino y lo masculino (y lo no binario, y lo genderfluid, y lo pelirrojo, y lo oriundo de Murcia, a la que te descuides) que compone un conjunto que, sin diferencia alguna entre ellos, designa el masculino genérico.

Que, no sólo no es machista, sino que es, ojo con lo que digo, más inclusivo que el lenguaje con ese nombre que pretenden imponer.

¿Cómo va a ser más inclusivo lo que distingue y separa que lo que unifica e incorpora? ¿Hola? 

Podrán quitarnos el masculino genérico, vale, o al menos intentarlo, pero lo que no nos podrán quitar, que diría Braveheart, son las risas. Risos, rises, risis, risus…