Llega la Navidad, ahora sí, y lo hace en un momento epidemiológico de extrema dificultad: ese en el que confluyen el hartazgo por las muertes, los contagios, las medidas de precaución y la ilusión por alcanzar un mundo nuevo gracias a la vacuna que esta misma semana se empezará a administrar para prevenir la Covid-19.

Pero la combinación de las dos circunstancias se antoja peligrosa, porque el cansancio no se borrará en poco tiempo, ni la vacuna nos devolverá de forma inminente la vida que ya teníamos. Ninguna de las dos cosas ocurrirá con la rapidez que nos gustaría. Lo que se encuentra ante nosotros, de hecho, es un túnel aún complejo colmado de numerosos aprietos, por mucho que ya se pueda observar, es cierto, alguna luminosidad al final del mismo.

Los escaladores suelen matarse -y a menudo lo hacen- cuando bajan de las montañas. Exhaustos física y mentalmente, es entonces cuando pierden la concentración, cuando no tienen todos los sentidos puestos en el paso siguiente. Y es en ese instante en el que se produce el resbalón, el traspié, la falta de precisión al colocar un piolet o al coger una cuerda. Es entonces cuando todo concluye, a pesar de haber hollado, solo unas horas antes, la cima; a pesar de haber saboreado, a veces solo minutos antes, una atrevida y feliz sensación de invencibilidad.

Estamos en un momento de máxima tensión, pero a veces lo olvidamos. La Navidad significa aglomeraciones en los centros comerciales y las calles peatonales; sugiere cenas entre compañeros de trabajo, encuentros entre amigos, abrazos de los amantes. También tiñe los espacios, más este año, de nostalgia, recuerdo, añoranza. Todo ello conduce a la explosividad de los contactos, al entusiasmo sin medida, al desahogo colosal, y esto es lo que puede provocar un buen número de resbalones fatales.

Tenemos ansia por empujar el año hacia su final y buscar un escenario nuevo. Por eso, y porque la evolución de la pandemia está recuperando los ritmos que nos recuerdan tiempos aún peores, con 250 casos de incidencia acumulada por 100.000 habitantes, el ministro de Sanidad anuncia que se inmunizará a 2,3 millones de personas en las próximas semanas.

Si la vacuna que nos trae Salvador Illa es eficaz, ojalá que lo cambie todo lo más rápidamente posible. Pero no hay que olvidar que la cepa británica, y ahora la variante sudafricana, suponen un reto de dimensiones formidables, con índices de transmisibilidad que superan a los que hemos estado sufriendo estos últimos meses.

Los ciudadanos están cansados de contagios masivos, muertes imprevistas y de la tremenda tristeza que ha inundado sus vidas este 2020. Pero aún queda toda una etapa repleta de dificultades de la que hay que salir vivos antes de que podamos celebrar la victoria sobre el coronavirus. Tengamos presente que la Nochebuena y la Navidad albergan un significado especial, pero que, en realidad, solo son dos días más, con su luz nocturna y su sol de invierno. No lo echemos todo a perder por dos días más.