La Navidad ya es un peligro. Hasta ahora sugería un espacio para la concordia y los buenos sentimientos. Un momento del año en el que todos nos recogemos un poco y reflexionamos más. Un tiempo en el que echamos de menos a familiares y amigos que ya no están. Pero el final del 2020 será muy distinto: sobre todo, un riesgo, y uno de dimensionales colosales. La Navidad se aproxima, y puede arrasarnos.

No vimos -nadie lo vio- cómo se dirigía hacia nosotros la fatalidad a pesar de que sus primeras embestidas ya habían sacudido a China y empezaban a causar enormes dificultades en Italia. No pensamos en que llegaría a España, como si estuviéramos convencidos de que sobre la península ibérica se erigía un cielo protector como el de Paul Bowles. Nunca imaginamos que fuera a provocar los miles de muertos que ya ha causado.

Pero todo eso pasó. Y después fue peor: en verano nos dijeron que saliéramos a salvar la temporada turística. De algún modo parecía intuirse que se confiaba en una tregua del Covid-19, una quizá mínima pero suficiente, la que nos permitía bañarnos en el mar o subir montañas.

Pero no la hubo. Lo que provocó el relajamiento general, unido a la heterogeneidad de las normas y a la confusión generalizada no ha sido otra cosa que una segunda ola que ya ha matado a más ciudadanos que la primera.

Que nuestro Gobierno no acertara con la llegada de la primera resulta más o menos comprensible. Nada de lo que presumir, si bien lejanamente justificable, si uno se esfuerza en verlo así. Pero que ni Moncloa ni las comunidades autónomas hayan hecho lo suficiente para protegernos de la segunda se entiende mucho peor.

Por eso resulta cuando menos extraño que Fernando Simón, el director de Emergencias Sanitarias, haya defendido, con todo el entusiasmo, la capacidad de España para enfrentarse al virus en la revista The Lancet. ¿De verdad que las conjeturas pre-pandemia -“a España no llegará el virus”-, la gestión de la primera ola, con miles de muertos, y la insólita aparición de la segunda, con más fallecimientos que la anterior, permiten defender el acierto de nuestros diferentes gobiernos en la gestión de la crisis sanitaria?

Los datos establecen que España es el cuarto país del mundo con más muertes por millón de habitantes a causa del coronavirus. Solo Bélgica, Perú e Italia nos superan en el ránking mundial. Semejante estadística, desde luego, no parece susceptible de servir para presumir de eficacia sanitaria.

Es cierto que los números están mejorando. Y que hay países de nuestro entorno que, hoy, están peor que nosotros. La canciller alemana Angela Merkel acaba de insistir en que un registro de 590 muertos diarios por el Covid, dato actual en su país, es “inaceptable”. Por supuesto que lo es. También es inadmisible el nuestro, 193 fallecidos diarios de media, según el ministro de Sanidad.

La ciudadanía ha logrado, con su esfuerzo, suavizar la curva de contagios. Pero ahora la Navidad lo pone todo en riesgo. Tenemos una gran oportunidad para reforzar nuestro compromiso con la vida. Pero es también una ocasión perfecta para provocar una tragedia mayor que las que ya hemos soportado este año. En enero, cuando se hayan marchado sus majestades de Oriente, sabremos si será lo uno, o si será lo otro.