Francia tiene un problema y, por extensión, también España y el resto de Europa. El pasado lunes, islamistas radicales atacaron una sinagoga en Viena causando cinco muertes y múltiples heridos. Judíos y cristianos de Occidente somos el objetivo a abatir por encarnar una civilización de libertad, imperio de la ley y tolerancia.

Los radicales islamistas encuentran, en el silencio o apoyo de las elites gobernantes de estados islámicos, una cobertura y legitimación, en mayor escala que recuerda a la que tuvo ETA en su criminal actividad terrorista.

Lejos de condenar la barbarie terrorista que padecemos en Europa, el presidente turco, Erdogan, ha declarado que Macron precisa tratamiento psiquiátrico por atreverse a defender los valores de libertad de la República Francesa. Estas medidas (cerrar una mezquita en Francia e ilegalizar asociaciones islamistas radicales), suponen una declaración de guerra al terrorismo y terminar con el complejo de “islamofobia” que dificulta, e incluso paraliza, la acción policial de respuesta y vigilancia de los terroristas. Tal fue el caso del guardia de seguridad de Manchester que no detuvo a un islamista sospechoso de ir cargado de explosivos por temor a que fuera despedido o reprimido por “islamófobo”.

Recomiendo vivamente visionar el discurso de Macron de homenaje al profesor decapitado, Samuel Paty, en la plaza de la Sorbona, corpore insepulto, en el que hace una encendida defensa de los valores de libertad, igualdad de los derechos de los hombres y mujeres y en favor del conocimiento, propios de la cultura occidental. Un discurso que no es hostil al Islam, sino una reivindicación de la República Francesa frente al terrorismo islamista.

Hay que reconocer que Macron, como presidente, ha decepcionado en la solución de problemas graves y estructurales de la República, pero de vez en cuando pronuncia discursos extraordinarios. Macron es un político que maneja el arte de la palabra de forma admirable; expresión de una clase política envidiable, comparada con la española.

En 2005, el principal teórico del proyecto de islamización mundial, el sirio Abu Musab al-Suri declaró que la elección del objetivo del atentado de las Torres Gemelas de Nueva York había sido un error por ser EEUU un país “demasiado lejano, demasiado grande y demasiado cristiano para ser islamizado”. Mucho mejor tener como objetivo Europa, “la parte débil de Occidente”.

Como señala Gavin Mortimer en el semanario The Spectator, si Macron hubiera condenado las caricaturas de Mahoma y se hubiera plegado a la corrección política para evitar ser acusado de “islamófobo”, quizás los profesores franceses podrían acudir a sus clases sin temor, pero el coste habría sido el sometimiento de Francia a la creciente islamización. Macron ha elegido el camino contrario al de los cobardes: plantar cara al terrorismo y a sus cómplices.

Por supuesto no es sólo un asunto interno. Francia y Turquía atraviesan una seria confrontación en el Mediterráneo por Libia y, en Oriente Próximo, por la guerra abierta entre Armenia y Azerbaiyán en el Alto Karabaj. Como es sabido, Turquía apoya a los islamistas de Azerbaiyán frente a los cristianos armenios. Una hostilidad hacia los armenios que condujo al genocidio de entre un millón y medio y dos millones de civiles que fueron expulsados y asesinados por el gobierno de Turquía entre 1915 y 1923. Pero la respuesta islámica no es sólo turca: Pakistán y Afganistán se han unido al repudio del presidente de Francia.

Como señala Mortimer en su artículo, “Francia es atacada por su cultura, no por unas caricaturas”. De ahí que se hayan contabilizado 290 asaltos islámicos desde 2015. ¿Qué relación tienen las víctimas con las caricaturas, hace una semana, de la Iglesia católica de Lyon?

Se trata de la defensa de la cultura occidental; Francia, y sobre todo París (¿recuerdan el incendio de Nôtre Dame?) emergen como objetivos preferentes. Dado que los valores de la libertad que compartimos son los que están siendo atacados, procede unir esfuerzos con nuestros vecinos del norte, expresar nuestra solidaridad y, entre otras cosas, frenar la inmigración descontrolada que padecemos. Se trata de no tener complejo de “islamofobia”; basta con tener respeto a las religiones, diferenciando el Islam del yihadismo y proclamar, ante la campaña internacional de acoso al presidente de Francia: “Yo también soy Macron”.