Iglesias debería dimitir por un elemental sentido del decoro. Y es, precisamente por eso, por lo que no lo hará. Porque, si de algo adolece ese oxímoron con moño que es el vicepresidente -el segundo del porrón de vicepresidentes que hay-, es de una flagrante ausencia de decoro.

Este casi-imputado ha convertido aquello tan cursi de “cabalgar contradicciones” en marca de la casa. Ha hecho de la indecencia un arte, del impudor una costumbre. Sus actos y sus manifestaciones van en sentidos distintos, como si algún tipo de déficit, de síndrome sin nombre conocido ni diagnostico médico, le impidiera cumplir a él mismo con lo que exige a otros.

Si defiende las ventajas del jarabe democrático en formato escrache y acostumbrarse al insulto, solo es cuando lo sufren los demás. Si no, es fascismo. Le parece fatal que la esposa de un expresidente se dedique a la política y ejerza un cargo público, pero no que la suya propia lo haga en su ministerio de la Señorita Pepis mientras él vicepreside un rato. Mal la condena a un rapero -bendita libertad de creación si es para injuriar a la corona- pero bien a un exjuez aficionado a la poesía -a mi señora ni tocarla-.

Hay que tenerlos como Manolete para criticar hoy a un ministro por el valor de su casa y tardar menos de tres años en que la tuya haya costado eso o más. O abogar por la desaparición del aforamiento, por privilegio de casta, y aferrarte a él ahora como si fuera la tabla de Rose en el Atlántico. Para abanderar el feminismo mientras le ocultas a tu exloquesea que tienes en tu poder la tarjeta de memoria cuyo robo ha denunciado, o defender que hay que compartir los cuidados y saltarte tu permiso de paternidad para asistir a una reunión en Moncloa, impidiendo que lo haga en tu lugar la número dos del partido -que casualmente es tu mujer-. Para pedir unidad y lealtad a la oposición con una mano mientras desprecias y enfrentas con la otra. Podríamos seguir y no acabar nunca. Qué pereza.

No te pedimos ejemplaridad, Pablo. Solo coherencia. Tampoco es tanto: un mínimo, lo justito, de congruencia.

Iglesias está a un aforamiento de la imputación, a un chalet del recato, a una tarjeta de memoria de la honestidad, a una dimisión de la dignidad.

Le escucho dirigirse a la oposición -Iglesias ha inventado el hacer oposición a la oposición-, con ese estilo suyo tan pasivo-agresivo, tan de matoncete de AliExpress, afirmando que no van a volver al Gobierno por la vía democrática, y me dan ganas de explicarle, como si se tratase del niño de cuatro años de Groucho, lo que es una democracia.

Dios, habla Iglesias y me voto encima.