Últimamente los políticos andan a la baja en materia de credibilidad. Nunca han tenido mucha, pero lo de ahora es obvio. Entendemos por credibilidad la condición ética o estética según la cual creemos lo que alguien dice aunque sea mentira.

La credibilidad es necesaria en las personas que ejercen trabajos de gran responsabilidad: médicos, políticos, economistas, jefastros de la OMS, pensadores. Y para que no falte de , epidemiólogos.

No creo en los políticos. Haberlos, haylos, pero no están en buen momento. Sin embargo, de todas las categorías de hombres públicos o semi públicos, los que alcanzan la condición de entelequia son los asesores.

Un asesor es un ser abstracto que el político guarda bajo la almohada para que no se entere nadie. Desde que empezó la crisis del coronavirus los políticos no paran de vendernos la teoría del asesor, pero nadie dice dónde está ni quién lo controla.

Lo que tiene de malo (o de peor) la política es su falta de compromiso con la verdad. De momento, la única verdad que nos consta es que el político quiere mandar, y de hecho manda, pero se lo toma como un juego y al final lo que resulta es el monopoly. Estos días les ha pasado a muchos: Carmen Calvo, Juan Carlos Campo, Ayuso, Sánchez….

En marzo, la primera ola de la pandemia arrasó como un tsunami. El caudal de información diaria que nos ofrecían los medios de comunicación era imposible de procesar. Las cifras iban y venían sin orden ni concierto alguno. Y así siguen. Luego empezó el verano y llegaron las vacaciones. El que pudo se fue a Lanzarote y el que no, se limitó a verlas venir.

En ese paréntesis, mientras otros países contrataban a miles de profesores para compensar los desajustes en las aulas, aquí contemplábamos las musarañas. Luego empezaron los sanitarios a quejarse de la que se venía encima: faltaban médicos. En estas andaba cuando leí en las redes una protesta sobrecogedora: ni siquiera el ministro Illa es médico sino filósofo.

Pues sí, filósofo. No debería de extrañarnos. Al fin y al cabo, muchos estudiantes de medicina, que eligen la carrera por inercia familiar, acaban en periodismo. Normal. A periodismo vamos los que no servimos para otra cosa.

Acabo de leer un perfil del ministro y sinceramente, no parece lo que yo esperaba de él. Es católico practicante y amigo del obispo Omella, lo que me lleva a sospechar que al menos tiene un compromiso con la verdad.

Dicen que es un hombre sencillo y respetuoso, seguidor del Español y amante de los guisos de su tierra. No es independentista (esto tiene su mérito) ni partidario de la amnistía a los presos del procés. Veranea en el Ampurdán y tiene fama de sensato (siendo filósofo, qué menos). Estos días, la presión está haciendo mella en su carácter. Es Sanchez, que le aprieta las tuercas.