Lo peor no había pasado y sí, se puede ser más inútil.

Entro en la página del Gobierno griego en la que se informa de los trámites para entrar en el país. Una bienvenida a Grecia y una clarísima lista de instrucciones.

Paso imprescindible: rellenar un formulario que se remite a las autoridades sanitarias griegas (datos personales, número de vuelo, origen y lo más importante, toda la información necesaria para tenerte localizada allí).

En la medianoche anterior a tu viaje recibes un código QR personal. Sin eso no podrás coger el avión en España y por supuesto, tampoco podrás entrar en el país.


Una vez en el aeropuerto de Atenas, al menos a un miembro de la unidad familiar, convivencial o lo que sea, lo separan del resto para hacerle -de manera gratuita- la prueba PCR. Veinticuatro horas después, el Gobierno griego tiene el resultado y puede actuar en caso de que sea positivo. Mientras tanto se te recomienda algo parecido a una cuarentena de un día o como mínimo, extremar la distancia social en esas horas.

¿Mascarilla? Obligatoria para todo el que está cara al público. Para el resto, sólo en los transportes públicos y al entrar en bares, restaurantes -no en las terrazas- y comercios.

Número de muertos desde que empezó la pandemia hasta el día de hoy: 203.

Turismo a medio gas, sí, pero turismo. Representa entre el 25 y el 30% de su PIB. Prácticamente el 100% para las islas. Ni un solo infectado durante el confinamiento en casi todas ellas -200 islas, sólo las habitadas-. Saben que corren un riesgo desde que se abrieron las fronteras, pero la alternativa es el hambre.

Por suerte, se trata de un riesgo controlado. Porque se han preparado. Porque antes de que la pandemia se extendiese en Grecia, el gobierno del conservador Mitsotakis, actuó. Y porque cuando ha sido necesario ponerse a salvar el verano, cuando ha tocado abrir las fronteras al turismo, el país ha estado preparado.

Pero como es obvio que la economía helena -como todas- va a quedar muy tocada, el Gobierno ha decidido habilitar ayudas directas para el turismo, adelgazar la Administración, bajar impuestos, incentivar a quien invierta e incluso bonificar a los pensionistas europeos que establezcan su residencia en el país y lleven allí sus ahorros.

De ser el patito feo de Europa en manos Tsipras, el amigo de Iglesias, a mirarnos por encima del hombro. Porque las cosas pueden hacerse de otra manera, por ejemplo, bien.

48.000 muertos. Ni un solo protocolo de protección -real- en los aeropuertos. Entrada libre para turistas y para inmigrantes en patera. Rebrotes. Descontrol. Una temporada turística agónica. Suplicando a británicos y alemanes un corredor -humanitario, en realidad - para que Baleares y Canarias se salven.

Mientras, los principales operadores cancelan sus vuelos hacia esos destinos y Boris Johnson nos hace un corte de mangas, los franceses otro y el resto de países de la UE, empezando por Alemania, van cayendo como piezas de dominó. Y si hubo alguna esperanza de salvar el mes de agosto, ya se ha ido por el sumidero de las cancelaciones.

No ha habido plan A ni plan B ni desde luego ninguno para salvar la temporada turística. Ahora sabemos que el comité de expertos del Gobierno para la desescalada era como un amigo invisible. Que quien decidía los cambios de fases eran Sánchez/Iglesias, Redondo y con suerte, el ujier de turno. Imaginemos quién preparó las medidas para cuando abriésemos nuestras fronteras. Quizás Bob Esponja.

Nos mintieron, como nos llevan mintiendo desde antes de que empezara todo esto y como nos mienten ahora. La ruina no es una posibilidad, es una certeza. Las cifras del paro -prohibido despedir, decían- también. Y nos subirán los impuestos mientras podamos pagarlos, y a los que no, también, porque el IVA nos iguala a todos.

De los recortes de Zapatero a los de Sánchez/Iglesias. Esto está siendo, esto va a ser muy duro.

Pero las cosas pueden hacerse de otra manera. Que lo sepan.