Durante esta campaña para las elecciones gallegas se ha hablado de un Castelao “racista”, oyendo campanas, quizás, sin saber muy bien en dónde suenan.

Es cierto que el racialismo es un componente importante del nacionalismo gallego, sostenido con toda claridad, por ejemplo, por Murguía, Pondal o Risco; racismo, además, que exalta las presuntas virtudes de la raza aria con todas sus letras (el celtismo o “celtomanía” de Murguía es un supremacismo arianista en toda regla).

Se dice -se excusa- ese racialismo hoy, diciendo que era producto de las circunstancias, pero no es cierto, porque había quien, en esas mismas circunstancias, se oponía a ese racismo diferencialista (así Pardo Bazán, Sánchez Moguel o el propio Unamuno). El “hogar de Breogán” es una reivindicación de un “hecho diferencial”, prima facie, racial, de consecuencias “espirituales”.

La “saudade” como “sentimiento”, como rasgo espiritual característicamente galaico, tiene en la concepción de la principal corriente del nacionalismo gallego un origen racial, “céltico” (en este mismo periódico, publicada el 27 de febrero de 2018, hemos dedicado una Tribuna a ello titulada El racismo del “hogar de Breogán”).

Pues bien, Castelao, inserto en esta tradición celtista, se desmarca, sin embargo, de este racismo, y lo hace en efecto explícitamente entendiendo que la “nacionalidad” (y menciona para ello el famoso libro de Stalin) no está determinada por la “raza”, dice ex profeso en su principal obra Sempre en Galiza. “Es necesario decir que apelo a Stalin, no por sentirme inclinado a la organización internacional que él dirige (yo vivo en latitudes muy distantes del comunismo), sino porque en el problema de las nacionalidades abraza, con decisión, el ideal patriótico de la libertad” (Sempre en Galiza, p. 39, edición As Burgas, Buenos Aires, 1961).

Y entonces dice, un poco más adelante, a propósito de la raza como “hecho diferencial”: “La raza no es tan siquiera un signo diferencial de la nacionalidad, y no se puede fundar ninguna reivindicación nacional -así dice Stalin- invocando características de raza. Para nosotros, los gallegos, acostumbrados a recorrer el mundo y a convivir con todas las razas, el nacionalismo racista es un delito y también un pecado. Jamás medimos los diámetros de nuestro cráneo, ni se lo medimos a nadie para ser admitido en nuestra comunidad” (p. 41).

Pero, a continuación, tras decir esto, habla de la etnia céltica, y del sentimiento gallego de pertenencia a ella, así como de su afinidad con otras “etnias atlánticas” (irlandeses, galeses, bretones, etc.) cuyos signos diferenciales, precisa Castelao, “los atribuimos al poder creador de la Tierra-Madre, molde que nos va haciendo a su imagen y semejanza”.

Y continúa por estos derroteros de la influencia diferencial telúrica en el gallego (un criterio aún más oscuro y confuso que el de la raza), diciendo lo siguiente: “El sol es único para todos los hombres del mundo; pero hace negros en África y blancos en Europa. Y nuestra Tierra tiene poder bastante para hacer blancos a los negros”.

Entonces es cuando cuenta el cuento del negro procedente de la Habana. Nacido en Cuba y traído a Galicia de pequeño por un cubano, el negro se crió en tierra gallega, y cuando ya se convirtió en mozo sintió la necesidad, como cualquier gallego, de recorrer el mundo. Entonces emigró a Cuba, pero la morriña no le dejó vivir allí, y harto de llorar “regresó a su tierra. No traía dinero, pero tría un traje nuevo, un baúl vacío y mucha felicidad en el corazón. Aquel negro era gallego” (p. 41).


Resulta pues que la raza no es un criterio que define a los gallegos, sino que se trata más bien de una noción todavía más metafísica y espiritualista, la defendida por Castelao, pero que tampoco se disocia totalmente de lo étnico. Y es que en Sempre en Galiza, antes de apelar al criterio staliniano, habla de una “energía étnica” que vive en los “limos de la conciencia nacional de Galicia”, siendo esta energía étnica lo que caracteriza el alma tradicional de Galicia, una tradición permanente y eterna, ahistórica, dice literalmente Castelao, “que vive en el instinto popular y en las entrañas graníticas de nuestro suelo” (p. 38). Un suelo, el constitutivo del macizo Galaico, del que llega a decir, recogiendo una idea de Otero Pedrayo (pero sin citarlo), que resiste el intento de avasallamiento de la Meseta castellana produciendo, como consecuencia de ello, los montes de León (como si esa resistencia espiritual, la producida por la “energía étnica” gallega, operase al modo de una placa tectónica cuando es “invadida” por efecto de la “deriva continental”).

La Galicia de Castelao, en fin, ya no está definida a escala racial-antropológica (es cierto, Castelao no es racista), sino que para él la identidad gallega está tan acusada, el “hecho diferencial” con respecto al castellano es tan profundo, que su definición se mueve a escala ya geológica, de la tectónica de placas. Es un etnicismo no racial, sino telúrico.

Por supuesto, a pesar de este desquiciamiento disparatado de la metafísica de la identidad (y de la diferencia), hipostasiadas hasta arrastrar a la propia geología, a Castelao se le sigue reverenciando en Galicia como pater patriae, como figura indiscutible. Y pobre quien la discuta.