Aún en pijama, salí este domingo a la terraza. Eran las 9.15 y, mientras me iba dejando despertar poco a poco, he oído "papá"... el primer niño en la calle seis semanas después.

Era un enano a lo lejos, de no más de tres años, con chubasquero amarillo, y de la mano de un señor. Lo miraba hacia arriba como para contarle algo. Ya no he escuchado más.

Pide el Gobierno comprensión con todo esto, que hacen lo que pueden. Que la devastación es tal y las herramientas tan escasas que, aunque nuestra sensación es que llegan tarde, la realidad es que no se puede correr más... lo decía el Gobierno en 2012. Lo dice el de ahora.

Pregunta un ministro de buen talante, mejor imagen y gran prestigio profesional -uno de ésos fichados como independiente y sin carnet- que cómo tanta gente se ha llegado a convencer de que Sánchez hace las cosas mal "por fastidiar". Que habría que "dejar la crítica ácida y bajar el nivel de mala fe".

Responde otro ministro de carácter fuerte, malencarado y político de toda la vida -uno de ésos a los que no se le conoce pasado como empleado de nada- que se nos amontonan los muertos y que hay 35.000 sanitarios infectados por culpa de "la década de recortes" de Rajoy. Que habría que recordar "sus decisiones ideológicas" de "capitalismo de amiguetes".

Pero de fondo en mi terraza, yo atendía la única banda sonora del vecindario en estos 42 días, cuando no ha sido la hora de los aplausos: los pájaros. Hay muchos árboles en mi barrio.

Más acá, otro hombre miraba el horizonte, a la fresca mañanera, aguardando a que su perrete acabara. Luego, sacó la bolsita y recogió el excremento. Mientras, yo apuraba el café.

Pide el Gobierno comprensión. Lo pedía aquél y lo pide éste. Porque uno se topó con un país arrasado, endeudado y sin ingresos y el otro no encuentra horas para legislar, ni manos para tapar todos los boquetes sociales que se le abren al cascarón de España.

Pueden presumir de poco, así que buscan mucho en las faltas del rival. Y mientras hacen lo que pueden, los estrategas de unos y otros tratan de inocularnos que "España va bien", que "todo irá bien", y se centran en el relato en lugar de ponerse a la tarea y hacer que pase.

Cuando apagaba el cigarro, con pereza he pensado en esa vida que nos quieren ir devolviendo de forma "gradual y asimétrica". Y en que somos las cosas que nos pasan mientras esperamos a volver a abrir el móvil para pillar nuestra dosis diaria de ideología.

Escribí hace ocho años que aquella crisis, después de llenar de indignados la Puerta del Sol, nos mostraría su salida por la calle Preciados: sin aprender nada y de vuelta al jolgorio.

Me temo que de esta pandemia salgamos igual: recuperando nuestra rutina del "y tú más". Olvidando que hay niños que nos miran, pájaros que cantan y que, al final, sólo podremos fiarnos cada uno de su perro. Volveremos a votar a los mismos y a comprar en el chino, donde las mascarillas son más baratas, y todo lo demás también.