Me quedé fascinado con el personaje. Daba saltitos en el vídeo como esos ejecutivos de las grandes compañías tecnológicas que quieren acoplarle a su producto una imagen moderna, desenfadada, encarnada en ellos.

El producto de este hombre era cómo no había que ser hombre, eso que ahora llaman "nuevas masculinidades". Ese era, es, su modelo de negocio, y lo vendía bien, con una escenificación dinámica a bordo de unos zapatitos rojos que no tenían nada que envidiar a los del expapa Benedicto XVI.

Entré en su Twitter a ver si había lo que sospechaba. Lo había: ataques destemplados a mujeres. A mujeres de derechas, claro: las "malas" para él. Su esforzado feminismo programático le eximía de la autoviligancia, y el feroz machismo alojado en el petimetre salía a chorro contra las mujeres propicias (propiciatorias).

Ocurre en muchos autoproclamados feministas: en cuanto aparece la mujer adecuada van a por ella con un encarnizamiento despiadado. Se arrogan la posición del bien y desde ella determinan dónde está el mal. Como lo hacen convencidos, desde la superioridad moral, ni se dan cuenta del espectáculo que ofrecen: el de un machismo escalofriante.

Ocurre también con muchas mujeres feministas: las que anteponen el contenido ideológico al marco formal de los derechos. El formalismo es universal y acoge a todas las mujeres (y a todos los hombres). El contenidismo es parcial y excluye a las mujeres (y a los hombres) que no comulgan con el contenido en cuestión. Toda ideología es parcial por naturaleza; absolutizarla es absolutizar la parcialidad. Ningún sectarismo es universal, porque solo se es sectario frente a otros.

Naturalmente, hay una tarea intelectual y política imprescindible: la de vigilar las inercias del formalismo, para que no se cuelen aspectos de contenido que pasen por formales, tergiversándolo. Como es imprescindible el señalamiento o la denuncia de los machismos camuflados, y también de las desigualdades no percibidas, o que se perciben falsamente como igualdades. Es necesario afinar cada vez más la percepción, el reconocimiento, la corrección: porque, aunque hay mucho hecho, queda mucho por hacer.

El problema es cuando la abstracción ideológica se impone a todo lo demás, como una maquinaria apisonadora. Ahí ya no cabe reflexión, ni debate, ni posibilidad de mejora fáctica. Lo que impera es una fe que dictamina desde el bien, confinando en el mal a quienes no lo aceptan. De nuevo una línea religiosa que separa a los buenos de los malos; es decir, una línea que fabrica a los malos. En este caso a las malas.