“Los libros hay que leerlos en Re”. No importa el tono ni el compás, pero la nota es muy importante. Me lo dijo a bote pronto el profesor Fernández Gracia. Fue en una de esas multitudinarias sobremesas en las que uno transita por diferentes conversaciones hasta que, ¡zas!, se estrella contra un alegato que le obliga a la “reflexión”.

¿Lo ven? En “Re”. Todos esos verbos -me desveló aquel caritativo miembro de la Real Academia de la Historia- deben poblar nuestras lecturas. Casi de forma mayéutica, me “retó” a encontrar una palabra en “Re” que no ennobleciera el arte de ojear. Me fue imposible.

Bien es cierto que, a la luz de la oscuridad, postrado sobre una de esas almohadas que lo descubren todo, hallé algunas excepciones que confirman la regla: “Reprimir, regular, rematar”… Pero, no, tampoco. Bendito sea el “remate” si lo materializa el delantero centro de nuestros amores.

En esta partitura de la ira vertiginosa -en esta dictadura de la urgencia de lo que no es urgente-, muchas veces leemos como si el libro fuera una pista de atletismo. Escuchamos el pistoletazo de salida y, conscientes de que algo nos interrumpirá en pocos minutos, intentamos tragar decenas de páginas sin masticar.

“¡En Re, en Re!”, me gritaré a partir de ahora. Avisados quedan mis compañeros de Metro. Porque sólo así se puede “revivir, renacer, reconsiderar, recoger, repensar, remediar, reescribir, recordar, reavivar, retomar, resucitar, rearmar, reflotar, reactivar, reabrir, reabsorber, reaccionar, recabar, recobrar, rescatar, reanimar”… En definitiva, “respirar”.

¡Incluso existe -confirmo en la RAE- “reamar”! Todos estos verbos entrañan el valor de la segunda oportunidad, la calidez de lo humano, el mimo de lo intelectual, una actitud combativa ante la injusticia, el deseo de saber, la compasión ante el prójimo, el nunca darse por vencido… Pero, sobre todo, son verbos que obligan al sujeto a caminar el presente con los cinco sentidos afilados, dispuestos a “recoger” todo lo que la existencia le depare.

Asociados a la lectura, fabrican una pócima curativa de efecto inmediato. No es fácil leer en “Re”. No es nada fácil. Las distracciones conforman la peor enfermedad de ese animal de costumbres que es el ser humano. Para combatirlas, conviene armarse de un lápiz con el que subrayar. O descender la velocidad de lectura tres o cuatro marchas… hasta casi convertirla en “relectura”.

“¿Qué otra cosa es leer sino conjurar el vacío de la nada? ¿Qué, sino dejarnos habitar por las palabras, por la eterna curiosidad, por el deseo constante de saber de nosotros mismos a través de lo otro y de los otros?”, dice Antonio Basanta en su Leer contra la nada (Siruela).

Hace un rato, en el sofá, ante una taza humeante contra el invierno, he tratado de “releer” algunos de los libros que disfruté cuando era niño. Los Cinco, Los Siete Secretos… Quizá la verdad de la lectura esté en prolongar la infancia, esa etapa en la que uno cabalga desprovisto de armaduras, ofreciendo el cuerpo y hasta el alma a la magia del relato. Prueben. Lean en “Re”. Les juro que funciona.