Leo en este periódico sobre la tendencia del Gobierno al amiguismo, con la creación de ministerios y altos cargos nuevos para favorecer a la gente: en particular, a la gente amiga del Gobierno. Me parece bien, porque por alguien hay que empezar.

También en la dirección del fomento de la amistad, el presidente Sánchez ha convocado el próximo fin de semana a todos sus ministros a unas “jornadas de convivencia” en Quintos de Mora, que pueden acabar como el rosario de la aurora; aunque tampoco se descarta que haya tomate. Tal vez Iglesias lamente ir con su pareja, porque podría haber sido el 'Rasputín del finde'. Pero no quiero ser heteropatriarcal: cabe la posibilidad (¡en realidad la deseo!) de que haya alguna 'Rasputina'.

El problema de la política basada en los afectos es que no recurre solo a los afectos a favor, sino también a los afectos en contra. De hecho, son estos últimos los que más operan en política: aquí el odio mueve más que el amor. Lo pernicioso de la primacía de los afectos es que impone la dialéctica amigo/enemigo. El amiguismo del Gobierno tiene el inconveniente del ‘enemiguismo’ que simultáneamente fomenta.

El Gobierno no le ha dado a la oposición los cien días preceptivos. Desde el primero le está zurrando. La acusa de excitar la crispación cuando la excitación de la crispación ha sido el motor de Sánchez, que llegó al poder gracias a su crispada moción de censura.

Creo que no habíamos tenido un Gobierno fundado en la enemistad hacia la mitad (simbólica) de la población desde el de Arias Navarro. A esa mitad la protege en esta ocasión la democracia y las instituciones del Estado de derecho: esas que el podemismo y el sanchismo contagiado de podemismo ven como un obstáculo y se proponen erosionar.

El discurso oficial es hoy asfixiante: todos los críticos son empaquetados como “fachas”. Esta vieja inclinación tan facilona de nuestra izquierda (para mí pseudoizquierda: a estas alturas, no hay en España ni un solo verdadero progresista que no haya sido llamado “facha”; y si no ha sido llamado “facha”, no es un verdadero progresista) se ha solidificado y absolutizado ahora. Antes había algunos argumentos, y entre ellos estaba la acusación de “facha”. Hoy está únicamente la acusación de “facha”.

El populismo era esto: una especie de nacionalismo de la ideología. Y, como todo nacionalismo, lo primero que hace es extranjerizar: en este caso, a los que no comulgan ideológicamente. Se les debe excluir porque son “fachas”, enemigos.