La muerte de Kobe Bryant hace pensar, una vez más, en la fragilidad de todo este tinglado. Esa sensación que nos hace sospechar que seguimos vivos. Sí, de momento, seguimos vivos. Con seguridad, no por mucho tiempo. Y, probablemente, el último día, tal vez para hacerlo más inquietante, llegará de forma inesperada. 

Esa incertidumbre es la que le agrega un valor descomunal a los días, muchos de los cuales se resbalan, uno tras otro, como las gotas de agua de esas piscinas que por uno de los lados acaba en cascada. Con la diferencia, eso sí, de que los días no se recogen, como lo hace el agua tras la caída, para volver a hacer lo mismo una y otra vez. Los días saltan al vacío, se difuminan en el horizonte y acaban perdiéndose en la lejanía de la memoria.

Como nunca sabes cuánto tiempo te queda, caminar por esta extraña existencia planetaria cerca de tus sueños constituye una de las mejores ideas sobre las que puedes hacer descansar la mayoría de tus horas. No alejarte de ellos, mantenerlos visibles, estirar una mano y saber que puedes tocarlos, ya es todo un logro; sobre todo teniendo en cuenta tanto que nos empuja a abandonarlos. Tantos que nos invitan a desatenderlos.

Un virus está matando gente que no esperaba morir en China, ya ha fallecido más de un centenar de personas por su culpa, y existe un gran riesgo de que la cifra se multiplique y expanda geográficamente muy rápido en poco tiempo. 

Por otra parte, hay científicos, como David Sabatini, que creen que en un futuro no muy lejano, gracias a algunos fármacos, podremos tener una esperanza de vida que supere los cien años. El experto del MIT cree especialmente en los beneficios de la rapamicina, la “molécula milagrosa”. Puede que un fármaco derivado de este elemento contribuya a frenar de un modo categórico las consecuencias de todas o de muchas de las enfermedades asociadas al envejecimiento celular.

Los científicos, entre ellos Sabatini, se esfuerzan en hallar fórmulas que contribuyan a alargar la existencia humana, pretendiendo ignorar las zigzagueantes curvas, algunas de las cuales concluyen en un callejón sin salida, que el destino, silenciosa pero metódicamente, nos tiene preparadas.

La del mito de los Lakers fue una trágica curva aérea con demasiada niebla, una mañana de domingo, a los 41 años. Acompañado, para mayor infortunio, de una de sus hijas. Una curva que ha conmovido al mundo como lo habría hecho una erupción volcánica o un tsunami. Todas las muertes prematuras resultan trágicas. Algunas, zarandean al planeta. Ha muerto Bryant. Parecía invencible.