El Congreso de los Diputados se ha convertido en una mansión de ricos. Ahora, el hemiciclo es como uno de esos salones que sólo se utilizan para las "visitas". Y, en cierto modo, esto no se trata siquiera de una metáfora: colegios, jornadas de puertas abiertas, limpieza, sesiones constitutivas... De todo menos parlamentarios legislando.

En el pasillo que comunica la sala de prensa con la vieja Cámara, lucen varios retratos de corte vanguardista. Azorín, Blanco White, Fernández Flórez, Pérez Galdós... Cuando había gobierno, nadie los miraba. Eran esas baldosas un lugar para las carreras y los empujones por escuchar al político. En este invierno callado, ya hay quien se pasea por esa recta como si fuera un museo.

El dogmatismo es irrespirable. La habitación de las comparecencias se ha convertido en una especie de coliseo en el que cada candidato trata de explicar su "no"... situando como máximo objetivo no derrumbarse en unas... ¡terceras elecciones! "No, es que él no quiere; ya pero ella tampoco; sí, pero si le prestan un diputado de 'Albacete te quiere' y se abstiene uno de 'Vecinos de Ronda unidos', la cosa sale...".

Los negociadores -así se autoproclaman- vomitan razones con el aplomo del catedrático. La prensa, atónita, toma nota. La prensa pregunta, pero el Gobierno no contesta. "¿Está el enemigo? ¡Que se ponga!", pero ni por esas.

Al fondo de la sala hay un ventanal que comunica directamente con la calle. Ya no se asoma el paseante. La última vez, se acercaron unos cuantos al cristal para ver a un político que acabó decapitado. Y éste los saludó impresionado, consciente de que la atención del ciudadano medio está muy cara.

Al otro lado de esa ventana -convenientemente insonorizada- camina la honesta indiferencia. Los amores, las envidias, los celos, los retos, las envidias, los obstáculos, los lunes, el paro, la lotería, las pensiones, el medio ambiente... Todo eso que ya no tiene cordón umbilical alguno con "la casa de los ciudadanos". "¿A mí que me importan las sumas y las restas? Ya lo leeré cuando se pongan de acuerdo (...) Que les jodan, no pienso perder el tiempo (...) A la mierda los políticos"... En alguna cena, en la parada del autobús, a bordo de un taxi.

Cada vez son más los que desconectaron. El día que vuelvan, si esto se arregla, verán un telediario y no se habrán perdido nada. Pero el Congreso habrá sangrado a borbotones litros de soberanía. "¡Es que si yo trabajo no cobro y me echan a la calle!". Un argumento populista, claro, pero precisamente cuando esos argumentos son reales hay que echarse a temblar.

El Congreso está en coma y no hay quien lo despierte. Las preguntas molestan y la culpa la tiene el de enfrente. En los ojos del candidato, en esos corrillos detrás de la puerta, brilla el fuego del que cree tener la razón a buen recaudo. En esas lenguas que fabrican argumentarios resbala la vehemencia del que piensa que el prójimo jamás acierta.