Lo último que necesitaba ahora mismo Pablo Iglesias es que le dimitieran once miembros del Consejo Ciudadano de Baleares alegando subalternidad al PSOE, conducta errática de la dirección y desaparición de las reivindicaciones primigenias del partido. Ahí es nada.

A mí, Iglesias empieza a despertarme ternurica. Me dan ganas de abrazarle, de hundir su cabeza en mi entreteto mientras le acaricio la coleta (no negaré que primero tendría que lavarle el pelo, soy un poco tiquismiquis) y susurrarle, con tono de madre amorosa, “ya pasó, ya pasó”. Prepararle un cola-cao, sentarle frente a la chimenea, curarle con mercromina las rodillas. Vale, ya paro. Es que, pobre, monta un circo y le crecen los enanos.

Él, que ya se veía tomando el cielo por asalto, romance con Sánchez El Bello mediante, y de pronto no hacen más que darle disgustos. Que si la escisión errejoniana, que si la dimisión de un concejal acusado de acoso sexual, que si la escolta que denuncia trato degradante e irregularidades en su contrato, el despido de dos abogados que denuncian anomalías laborales y financieras, la posible existencia de pagos en B (no diré “en negro” no sea que me Sonia Vivas me acuse de racista), la denuncia ahora de acoso sexual al abogado que dice tener las pruebas de estas conductas anormales. De verdad, un respiro. Y un respeto. Que, a este paso, la nueva política se va a acabar pareciendo demasiado a la vieja política.

Pobre Iglesias. Que se veía ministro para Nochevieja y ERC anuncia, a pocas horas del encuentro con el PSOE, que no ve demasiado factible que el acuerdo para la investidura llegue antes de Navidad. Porque antes, por supuesto, necesitan saber qué va a pasar con los políticos independentistas presos. La investigación por desobediencia abierta por la Fiscalía a Roger Torrent, presidente del Parlament, tampoco ayuda, ya os lo digo. Que aquí nada es gratis. Y él, que ya se veía con la orquídea de coña en la muñeca y Sánchez a su vera conduciendo un Mustang camino del baile de graduación, no tiene más remedio que llorar abrazado a la almohada, con un bote oversize de helado y la foto de Sánchez durante el último debate, cuando le dijo “bonitos ojos tienes” por primera vez.

Iglesias me da cosita porque creo que es el único que no ha visto la jugada, aún no sabe que ya ha perdido. Pactar con Sánchez es firmar él mismo su sentencia de muerte. Una ministeriable, pero muerte al fin y al cabo. Sánchez no es un tonto con suerte, es un tonto peligroso. Sabe que si pacta con UP lo desactiva y en las siguientes elecciones (siento ser yo quien os lo diga: habrá elecciones pronto) caerá en votos. Esto le beneficia a él, que se queda con el electorado de izquierda. Si no pacta, prosigue con el suicidio a fuego lento al que venimos asistiendo en los últimos tiempos. Digamos que Iglesias, mucha capacidad de reacción, tampoco tiene.

Ahora mismo, Unidas Podemos es como la letra de una ranchera: solo le queda tomarse entera la botella y en el último trago, nos vamos.