El paro, aquí, más que las cifras a tenazón, son muchas cosas. Son los trabajos cogidos por pinzas, una gallina vieja que da para veinte pucheros y mi compañero Juanmita, que alicata cuartos de baño, coloca placas laminadas, enyesa lo que toque y cobra en negro, aunque siempre esté blanco. Blanco de la cal.

El paro es un drama que se pone en sordina, porque aquí (insisto en el aquí) se ha aprendido a vivir con una cerveza al sol, el periódico del día anterior y el caldo maternal que nutre y da esplendor. Los datos del paro llegaron después del debate, entre otras cosas porque los cinco del atril no han pegado chapa, por cuanto quizá estén llamados a responsabilidades más altas.

Anótese que a cien pasos del plató del debate del lunes, la profesión más antigua del mundo seguía practicando la economía sumergida, en una Casa de Campo que parecía un cementerio donde, de cuando en cuando, pasaban los coches oficiales rumbo al sueldo fijo.

La respuesta a esta infamia sería, claro, unos sindicatos dignos, que le cogieran al patrón de las criadillas y no este páramo interclasista que le baila el agua a los indepes, que se meten en todos los charcos excepto el charco que les corresponde: el del derecho laboral. Pero no, todo en el sindicalismo es papel pintado, filfa. Eso y los Primeros de Mayo y el teatrillo de los liberados sindicales, que trabajan un día, el propio Primero de Mayo, y ya se escaquean en cuanto pueden. Al final el mejor sindicato es la patronal, ya ven ustedes.

El paro es que es más insoportable cuando otoño se consagra y hay que dormirse cuando anochece por no hacer gasto de luz. En los países mediterráneos parece que el desempleo duele menos, como si estos días azules compensaran lo incompensable.

Que desde 2012 no haya subido el paro con el arreón que conocimos este martes es tan sólo la circunstancia, el dato, la estadística y la cantinela de que se sigue creando empleo a otro ritmo. Como si tener para pagar las facturas fuera una cuestión de ritmos como un vals o un reguetón. En realidad se nos viene una tormenta perfecta y lo mejor de todo va a ser ver a los CDR en la cola del paro.

Ni café, ni copa, ni puro. Ni pan, ni patria, ni justicia.