Quizás muchos de Vds. no lo sepan pero los partidos políticos se articulan en torno a liderazgos internos con una referencia geográfica, ideológica, generacional o personal. En la medida en que los partidos son más opacos y endogámicos, el peso del grupo, del clan, es más relevante. Los clanes luchan internamente por ocupar posiciones de poder y las listas electorales son el reflejo más nítido de la fuerza proporcional de cada uno de ellos. En el PP es reconocible el clan gallego, el andaluz democristiano, lo poco que queda del clan de Valladolid…

Seguro que se pueden mencionar casos parecidos en otros partidos, tanto de la vieja política como de la nueva política. Ambos, viejos y nuevos, reproducen similares comportamientos. En el caso del PP, mientras la opinión estaba informada, entre 1990 y 1993, sobre el grupo que acompañábamos a Aznar (el llamado Clan de Valladolid), la realidad es que se fue configurando un clan mucho más poderoso, secreto y exitoso en Barcelona. Este clan ocupó posiciones de dominio relevantes desde 1996, ha hegemonizado por completo el PP desde 2004, tuvo su cenit en 2011 y entró en decadencia definitiva en 2015-2018. Se llama el Clan de Barcelona .

Desde 1993, un grupo empresarial editorial de Barcelona y de medios de comunicación (prensa, radio y televisión), el máximo dirigente de la organización patronal catalana, dirigentes del PP en Barcelona y una alianza estratégica en Madrid con un futuro ministro y eventual sucesor de Aznar dio lugar a un poderoso grupo en el interior del PP que tuvo su primer triunfo con la defenestración de Vidal-Quadras, en 1996, en Cataluña. El Clan de Barcelona, por su origen geográfico y múltiples intereses, ha estado aliado con el pujolismo más voraz desde un inicio y, en parte, esa alianza explica el melifluo comportamiento del gobierno de España en la profunda crisis catalana.

En la fase de ascenso, desde 1996, vino la ocupación de ministerios (Administraciones Públicas, Educación de la mano de Rajoy y Fernández Díaz), las múltiples cesiones de competencias a CiU, el cambio por ley del idioma de los españoles (ejemplo: Lleida), el apoyo sistemático a los presupuestos de la Generalidad de Cataluña y tragar con ruedas de molino como la expulsión de la guardia civil de Cataluña o la “normalización” lingüística.

La fase del cenit comienza en 2011 con la presidencia del gobierno. La empresa editorial obtuvo nuevas licencias de TV y un rentable duopolio de publicidad en TV; el presidente de Fomento de Cataluña fue premiado con la presidencia de la CEOE (cuyo presidente se permitió visitar a los políticos presos en la cárcel); el ministro del Interior, de origen barcelonés, no se ha distinguido precisamente por el celo en perseguir a la mafia de los Pujol. La inútil política del diálogo “catalán” de Rajoy obligó a que fuese S. M. el Rey quien tuviera que recordar, en un decisivo discurso en televisión el 3 de octubre de 2017, que un golpe de Estado no está en las previsiones constitucionales.

La fase del ocaso sobreviene en 2015 con la pérdida de un tercio de los votos del PP y de los escaños en el Congreso. A partir de entonces España entra en una fase de pluripartidismo, de futuro incierto, pero que expresa una gran desconfianza de los electores hacia el PP y el PSOE, aliados o sometidos a los nacionalistas aun teniendo mayoría absoluta. El descalabro del jefe del Clan de Barcelona se produce en 2018 con la sentencia de la Gürtel, la moción de censura y su posterior instalación en la vida privada desde la que influye para proteger a sus excolaboradores más fieles.

Una paradoja de este clan del PP es que, teniendo Barcelona como origen de partida, el resultado ha sido la práctica desaparición del partido en esa región debido a la complaciente sumisión a CiU. Todo un éxito: disfrutar del poder en Madrid a costa de triturar el PP en Cataluña.

Sugiero a los politólogos e historiadores que pretendan explicar la crisis política, que todavía padecemos, que no pierdan de vista al Clan de Barcelona. Se entiende todo mucho mejor.