Dice Nassim Nicholas Taleb que puedes reemplazar una mentira por una verdad, pero que para derribar un mito vas a necesitar una narración. Por supuesto, tiene razón. Demostrar que Isabel Celaá miente cuando niega el adoctrinamiento en las escuelas catalanas, o que Pedro Sánchez falsea los datos cuando alude a dos millones y medio de niños en riesgo de pobreza, o que Pablo Casado tergiversa la realidad cuando habla de la brecha salarial es tan sencillo como explicar la verdad. 

Pero derribar los mitos de que el nacionalismo es una opción política legítima y un aliado válido del socialismo en su lucha contra el franquismo, de que el capitalismo ha conducido a la humanidad a un estado de pobreza sin parangón histórico y de que el heteropatriarcado existe y condiciona la vida de millones de mujeres es imposible si nuestra única arma es la verdad. Y de ahí el triste espectáculo que ofrecen esos periodistas que, cargados con un pequeño dedal de hechos a cuestas, salen cada noche de la redacción con los calcetines por sombrero tras haber sido arrollados por el tsunami de los mitos que las masas engullen a dos carrillos. 

Si Unidas Podemos puede nombrar como candidata a la alcaldía de Ávila a una condenada por un asesinato sin que su expectativa de voto descienda hasta los niveles de Falange Auténtica no es sólo porque para cientos de miles de sus votantes el asesinato es un delito irrelevante si A) el asesino es de los suyos o B) el muerto es de los otros. Se debe a que a sus espaldas marcha un batallón de fábulas tan irresistible para el común de los mortales de la Edad Contemporánea como lo fue el cristianismo para los de la Edad Media.

El socialismo, lo dijo el biólogo Edward O. Wilson, es una idea magnífica aplicada a la especie equivocada. Es decir, una teoría atractiva que jamás funcionará por razones que van mucho más allá de lo político y que entran de lleno en el terreno de lo biológico. Si existe un axioma casi científico en la política actual es que a mayor dosis de socialismo inyectado en una medida económica o social concreta -por ejemplo la de expropiar los pisos vacíos o la de limitar los precios del alquiler- mayor es la probabilidad de que ésta fracase en la práctica y acabe provocando el efecto contrario al deseado. 

Paradójicamente, ocurre lo contrario con los mitos fundacionales del socialismo, que encajan como un guante en la necesidad de trascendencia, de verdades superiores y de santidad del ser humano. Que el socialismo es el cristianismo con otro nombre de los siglos XIX, XX y XXI no es un simple eslogan ingenioso, sino una descripción empírica de la realidad. 

Al ateísmo moderno, es decir al liberalismo de la pequeña propiedad privada opuesto al capitalismo de la economía especulativa, le ocurre todo lo contrario. Tan irrefutable ha sido su superioridad económica y política, tan visible su impacto histórico y tan obvia su responsabilidad en el despegue exponencial del bienestar humano como evidente su incapacidad para vender una narrativa eficaz capaz de competir con la del socialismo. El liberalismo, racionalista e individualista hasta el egoísmo, es una pésima idea aplicada a la especie correcta, y en esa contradicción se concentran buena parte de los conflictos políticos de los últimos cien años.

"Nunca quites a nadie una ilusión si no puedes sustituirla por otra", dice también Taleb. Quizá ese haya sido el mayor error del liberalismo: la prepotencia de haber convertido a las clases trabajadoras del siglo XXI en reyes del siglo XVIII sin haberles puesto también en las manos un relato moral que justifique su inmenso bienestar.

"La verdad resplandecerá en las mentes y los corazones de los ciudadanos sin necesidad de mentiras confortables", parece pensar el liberalismo. Y un pimiento, oigan: ahí andan esos ciudadanos inventándose agravios inexistentes y gimoteando por las esquinas su terrible desazón en días señalados: el 8 de marzo, el 1 de mayo, el 11 de septiembre… El socialismo les ha vendido mentiras con apariencia de verdades. Maquiavelo pensaría que va siendo hora de venderles verdades por medio de mentiras, si es eso lo que piden.