Es misterioso el modo en que despiertan los fantasmas. Filias, fobias, querencias, renuencias. Si se tratase solo de heredar prejuicios, las señales saltarían a cada generación; manías aprendidas, transmitidas ayer por el refranero, hoy por la publicidad y las redes. Y ahí están, qué duda cabe, porque el iletrado patrio está dispuesto, por ejemplo, a desconfiar del francés de forma ininterrumpida desde al menos la Guerra de la Independencia. Y del prejuicio al perjuicio o al sambenito para tantos, desde los afrancesados hasta quienes hoy queremos a Manuel Valls como alcalde de Barcelona.

Pero hablaba de algo más profundo que atañe al instruido, algo que puede permanecer dormido medio siglo o más para resurgir de repente con otra tonalidad, con diferente revestimiento, con un lenguaje nuevo y una misma lógica. Verán. Francia es, entre otras cosas, la Ilustración, por mucho que el movimiento, o la era, o el terremoto intelectual y moral tuviera las islas británicas como verdadero epicentro. Digamos que es en Francia donde deviene acontecimiento deslumbrante, foco arrebatador, descalabro de inadvertidos, elenco de nuevos protagonistas de las ideas, Enciclopedia... y Revolución.

Y si España queda fuera de "las Luces", a oscuras dirá alguno, es por una razón que, ah, paradoja, podría enorgullecernos más que deprimirnos: la llama que encendió esa luz quería quemar el paradigma intelectual que regía en las universidades europeas hasta entonces, nuestra escolástica, de Francisco de Vitoria a Francisco Suárez. Así que la formidable construcción a abatir, aquella contra la que en realidad se alzaban los enciclopedistas y, antes que ellos, la ilustración anglosajona y Descartes, tenía cimientos españoles que, allende la moral (o acaso aquende) incluían la creación del Derecho Internacional —ahí es nada— y de la teoría monetaria (ambas avant la lettre, cela va sans dire). Ay, que me afranceso.

¿Y todo esto a que viene? Viene a cuento de la siembra de patrañas xenófobas sobre Ciudadanos (Aux armes, citoyenes!), que cuentan con el aval de conspiranoicos profesionales, seudo economistas chiflados, plagistas defraudadores al por mayor y otra peña del siete. Presiento dos corrientes anti ilustradas en la próxima propaganda política. A los del prejuicio heredado les bastará con que les canten la jota "La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa". A los leídos, los menos, esos que saben bien lo que hacen, les puede vencer la tentación de subirse extemporáneamente a lomos de la Escuela de Salamanca para darle relumbrón a un atavismo, dibujarnos un mandil y mezclarnos con el Reino del Terror. A ver.