Qué mal perder tienen. Que se acabó, mujer, que no la quieren a usted más de presidenta, que mandan sus siglas a paseo. Si no les fuera tanto en ello, reconocerían la anomalía de sus cuarenta años. Cuarenta. El régimen. El carné en la boca. Ese es de los nuestros. La simbiosis con las instituciones. La dependencia de la adscripción. La red. La paulatina convicción de ser impune. La hybris. Un ramillete de arbitrariedades con la flor del mal en el centro: la infamia de robar a los parados. Sindicalistas con billetes pa asar una vaca.

Dejen de avergonzarnos y no insistan, no van a seguir en el poder andaluz. Hasta ustedes se van a sentir luego mejor, ya verán. O no, es su problema, su penitencia y su difícil redención. Doña Susana cree que debe gobernar el primer partido. Como cuando ganó Javier Arenas, ¿no? La conveniencia engaña, y uno se vuelve favorable a unas u otras reglas no escritas según vayan favoreciendo o perjudicando sus intereses. Para eso (también) está la ley, para que el curso de las instituciones no se rija por la opinión cambiante de un político, de un medio de comunicación o de quince.

En nuestro sistema, que es parlamentario, gobierna el que consigue aglutinar a una mayoría suficiente: primero absoluta, luego con más síes que noes. Punto. Y doña Susana nunca va a tener más síes que noes. Sería bueno para su bienestar que lo asimilara cuanto antes, pues no es saludable luchar contra imposibles. Y subrayo, a riesgo de repetirme, y solo por ver si lo fijan en su mente, que ni doña Susana ni ninguno de sus conmilitones va a seguir en San Telmo. 

La última y desesperada añagaza de doña Susana y los suyos —empezando por el ingrato Sánchez, que en tiempos ella creyó su peón y que no hace más que hundirla por vías directas o indirectas— es un clásico truco progre: la inoculación de un sentimiento de culpa preventiva por reforzar a no sé qué formaciones fascistas. Cuando lo más parecido al fascismo que tenemos aquí es la ensaladilla que aupó a Sánchez a la presidencia. Una ensaladilla hecha con la salmonela de la insolidaridad peneuvista (racistas) y el clepto golpismo convergente (supremacistas), con el neo comunismo podemita (blanqueadores del hambre y la tortura chavistas, como Zapatero) y la ola de sangre que en marea baja se llama Bildu. Todos le dieron al botón del sí. Vuestros fascistas, Susana.