Bernard Giudicelli, presidente de la Federación Francesa de Tenis, ha criticado que Serena Williams jugara, el pasado junio, un partido de Roland Garros con un traje de una pieza de color negro. Que el modelo no le parece profesional y que “hace falta respetar el juego y el lugar”. Y opina sobre la profesionalidad de una señora que ha ganado ese mismo torneo en tres ocasiones, nada más y nada menos.

Me dejas loca, Bernardito.

Cuando supe de la polémica corrí a Google para examinar el traje de la discordia. No entendí nada, la verdad. Tras leer que Giudicelli sentenciaba que “El conjunto de Serena no será aceptado más” imaginaba que iría vestida de conejo o enseñando el mismo, como mínimo. Pero no: un pedazo de lycra negro. Todo muy normal.
Me llamó la atención que la jugadora se justificara aduciendo que el traje había sido diseñado especialmente para evitar la formación de los coágulos que casi le cuestan la vida durante el alumbramiento de su hija ¿Y qué pasaría si no fuera una cuestión de salud? No te justifiques, mujer, que no hace ni pizca de falta. Te gusta, vas cómoda, chimpún.

Habría que recordarle al señor presidente que el respeto, como el ritmo, se demuestran andando, o jugando en este caso. Del juego de la Williams no vamos a hablar aquí: a Wikipedia no le da la vida para tanto logro y tanto récord.
Esta mujer no solo respeta, sino que ama el tenis. Solo por amor uno comete locuras: Serena volvió a jugar cinco meses después de casi morir en el parto, y solo tres tras las operaciones que le salvaron la vida. Que sepamos, no tiene ningún tipo de necesidad económica. Podría sentarse el resto de su vida en el sofá, rascarse los rizos y vivir de rentas, pero no lo hace. Ella se deja la piel en la pista mientras este señor la critica desde su mesa de despacho sin despeinarse, ni sudar, ni nada.


Los tenistas, no nos olvidemos, se deben a su público, y el de Serena hace palmas con las orejas cada vez que la ven raqueta en mano, lleve un mono negro o un frutero en la cabeza.


Dices, Bernardito, que “esto ya ha llegado muy lejos”. Lejos ha llegado la Williams y tú no te has enterado. De hecho, otra de las perlas que has soltado por tu boca es que el traje, denominado Black Panther y supuestamente inspirado en el universo Marvel, “la hacía sentir como una superheroína”. No tienes permiso para opinar sobre cómo se siente nadie, así de entrada. A diferencia de lo que te pasa a ti, no es el traje lo que le da poder a la Williams, sino un talento glorioso que queda muy lejos de tu silla ergonómica.

El presidán insiste en que se ha de modificar el código de la vestimenta. Pues sí, tienes razón, pero si acaso, la normativa debe adaptarse a la realidad, y no a la inversa. Me pregunto qué sería lo aceptable para este señor para el que ciertos límites son necesarios ¿Y quién decide cuáles son los límites? ¿Acaso quieres que volvamos a las falditas plisadas por debajo de la rodilla?

El caso es que Serena, tras la polémica, habrá pensado: ¿No quieres caldo? Y ha sustituido el superheroísmo por un tutú de lo más ideal para su primer partido del Abierto de Estados Unidos. Ni que decir tiene que venció a su rival en poco más de una hora. Pim, pam, fuera.

Y es que cuando Serena juega, los demás callan. O deberían.