Tal vez a Rajoy le haya hecho ilusión, dentro de lo malo, caer (vía Soraya) en pleno Tour de Francia, tras las duras etapas de los Alpes. El mismo día en que un español ganó en el col de Mende. La oscura política no puede compararse con el luminoso ciclismo, pero hasta el expresidente deberá reconocer, cuando prosiga sus vacaciones ya con las etapas de los Pirineos, que Casado ha ganado a lo grande. El rajoyismo ha muerto, pero el PP va a seguir. El efecto en la política española es que queda clarificada: hay izquierda y hay derecha. Lo del centro es otra cuestión.

Tiene gracia que la principal acusación a Casado (al margen del máster) haya sido que es de derechas. Incluso muy de derechas. Siendo el PP, como es, el partido de la derecha, no deja de ser un síntoma de los famosos complejos. Precisamente, en una de aquellas retransmisiones del Tour de principios de los noventa, Supergarcía le preguntó a su colaborador Ocaña si era de derechas. A lo que el exciclista respondió: “De derechas no. Muy de derechas”. Con Casado vuelve el orgullo de ser muy de derechas, como con Sánchez volvió el orgullo de ser muy de izquierdas. Las primarias están dando líderes muy ideologizados: es decir, alejados del centro. Cuando llegue la hora de los electores, cuya mayoría no milita en los partidos, se verá si ha sido un acierto o no.

Casado es ya el Sánchez del PP: alguien que se lo jugó todo y ganó. La audacia ha triunfado en los dos grandes partidos en el momento en que el bipartidismo flaqueaba. Curiosamente, Rivera e Iglesias aparecen como líderes más a la antigua: controladores de sus respectivos aparatos. Iglesias, pese al poder vicario que ha obtenido con Sánchez, es el gran perjudicado de Sánchez, como empieza a verse en las encuestas. Rivera empezó siéndolo también, cuando parecía que Sánchez había decidido conquistar el centro (en su versión centroizquierda). Las actuaciones de Sánchez contrarias a esa dirección habían restituido las posibilidades de Rivera... aunque puede que con Casado se debiliten de nuevo. El sesgo “muy de derechas” puede, paradójicamente, quitarle a Rivera los votantes que pensaban votar a Ciudadanos por disgusto con el PP: justo los que más venía cortejando.

Estéticamente, con Casado, Rivera y Sánchez la política española parece ya una planta de Cortefiel. A Iglesias le han regalado el monopolio (friki) de la singularidad. Lástima que ya no vaya a rendirle a Casado los servicios que le rindió a Rajoy, activando el voto del miedo. Se presentan interesantes las próximas elecciones. Gracias a Casado, nuevo líder del Tour, sabremos cuántos votantes de derechas hay de verdad en España.