Cuando prosperó la moción de censura de Pedro Sánchez arreciaron los comentarios de los analistas políticos, todos en la misma dirección: Ciudadanos era el gran derrotado y el bipartidismo volvía a poner las cosas en su sitio. Uno diría que muchas de esas interpretaciones, realizadas a derecha e izquierda, destilaban un indisimulado regocijo.

La semana que Sánchez dio a conocer su Gobierno ya fue la apoteosis. Esos eran los ministros, decían, que remachaban los clavos del ataúd de Rivera. En los medios se hacían bromas preguntando dónde se había escondido Girauta, y se echaba en cara a los dirigentes de su partido un exceso de bisoñez y ambición. De alguna forma, les estaba merecido. 

Más aún, se iban a enterar cuando Feijóo fuera elegido el sucesor de Mariano Rajoy en un congreso triunfal que acabaría por aplastar cualquier tentativa por revivir a Ciudadanos. Por primera vez en mucho tiempo, manda huevos, las opiniones de los medios madrileños y catalanes coincidían al milímetro.  

Hay en la derecha quienes todavía hoy dan por bueno que Rajoy no dimitiese porque de esa forma le cerró el camino a Ciudadanos. Les repatea, ciertamente, que Sánchez traslade a los terroristas a cárceles del País Vasco, que acerque a los golpistas a las de Cataluña, que retire el control financiero a la Generalitat, que se reúna con Torra para hablar "sin cortapisas", que entregue Televisión Española a Pablo Iglesias y que saque a Franco de su tumba. Bueno, aún puede subirles los impuestos.

Esta semana se ha cumplido un mes, sólo un mes, de la investidura de Sánchez. Sus intentos por mantener el equilibrio en medio de los tira y afloja de sus socios de moción no están resultando sencillos, por decirlo de forma suave. Aún cree posible, como Chamberlain, ejercer de apaciguador echando miguitas a unos cocodrilos que no se van a conformar "con buenas palabras, palmaditas en la espalda, llamadas, cenas, comidas o promesas de cargos".

Enfrente ya no está Feijóo. El congreso triunfal de la refundación del PP se ha convertido en una asambleíta en la que no participa el 93% del censo, Aznar incluido. Las encuestas indican que, a falta del gallego, los votantes del PP prefieren que gane la renovadora Soraya Sáenz de Santamaría, pero quien tiene el control de la organización es la regeneradora Cospedal. Qué quieren que les diga.