El portero de la selección española destacó en la primera fase del Mundial de Rusia. Todos los demás guardametas, los otros 31, habían hecho al menos una parada antes del España-Marruecos. David De Egea, no.

El futbolista madrileño tiene aún más mérito, pues no solo no para, sino que ni lo intenta. Parece, por encontrar una explicación plausible, paralizado por el miedo.

No hay duda de que De Gea es un buen cancerbero. Si no fuera así, no jugaría en uno de los mejores equipos del mundo, el Manchester United. Ni este club habría pagado 20 millones de euros por sus derechos al Atlético de Madrid. Pero tampoco la hay al respecto de que su contribución al desastre en el que se haya instalada la selección, independientemente de nuestro asombroso e inmerecido primer puesto al terminar la fase de grupos, resulta verdaderamente notable.

El fútbol es un estado de ánimo, dijo uno de los mayores filósofos del balompié, Jorge Valdano. Y el del ex portero colchonero, qué duda puede suscitarse, no es bueno.

Ante esta circunstancia, el entrenador que nunca imaginó que estaría dirigiendo a la selección en el Mundial de Rusia puede ignorar que tiene un elefante en el hall de entrada al hotel de la concentración española, y circunvalarlo distraídamente cada vez que pasa por ahí, o decidirse a verlo, y actuar.

Pero es difícil que haga lo segundo, porque es probable que el miedo que bloqueó a De Gea cuando Ronaldo disparó aquella falta en el primer partido; el que lo inmovilizó cuando lanzó Amrabat a la cruceta, o cuando marcó Nesyri, en el tercer encuentro, sea similar al que atenazó a Hierro durante los primeros 74 minutos del España-Marruecos; esa turbación tal vez temporal que le impidió hacer cambio alguno a pesar de que estaba observando uno de los partidos más calamitosos que jamás hayan jugado nuestros jugadores en esta competición.

De lo que tengo miedo es de tu miedo, dejó dicho William Shakespeare. Los miedos de De Gea, tan inmóvil, y de Hierro, tan inanimado, se enfrentan a la sobreactuación del presidente de la Federación, quien optó por echar al entrenador de los últimos dos años dos días antes del primer partido porque había fichado, para cuando concluyera el actual evento internacional, con el Real Madrid.

Lopetegui jugaba de portero, seguro que sabe tanto del miedo que atenaza al nuevo De Gea, el que le impide incluso estirarse cuando el balón le pasa cerca, como de ese que aprisiona al ex entrenador del Oviedo.

España ha superado la primera fase del Mundial. Lo ha hecho con nota en cuanto a resultados –sería estúpido negarlo: somos primeros de grupo-;  pero también sería absurdo no arrojar enormes dudas al respecto de nuestro futuro en territorio ruso, si nos atenemos a lo que ha ocurrido sobre el campo.

Es posible que el crack que generó Rubiales en el equipo español aún persista, si bien nadie puede saber qué hubiera sucedido con Lopetegui, el entrenador que no había perdido ningún partido con la selección, el que había convocado a estos jugadores y no a otros, el mismo en el que se fijó el que tal vez sea el mejor equipo de esta galaxia, el Real Madrid, para contratarlo.

Pero tampoco es tan difícil sospechar que, hoy, muy probablemente, no tendríamos un ápice del pánico que nos empapa al sospechar a De Gea y sus miedos, junto a sus compañeros, ante la selección rusa este domingo.