Mientras la atormentada gaviota del PP trata de rehabilitarse de tanta corrupción en la clínica Buchinger de Marbella, sus seguidores asisten asombrados y asustados a este juego de tronos casero, pero no menos sangriento, que nos preparan las dos candidatas dispuestas a no dejar títere con cabeza para intentar cambiarlo todo sin que realmente cambie nada.

Soraya Sáenz de Santamaría no tiene principios y María Dolores de Cospedal los tiene dormidos. La primera nunca ha tenido escrúpulos y la segunda los ha ido perdiendo en diferido con el paso del tiempo. Las dos son estandarte de la peor época del Partido Popular: una, vicepresidenta de un Gobierno expulsado del poder con deshonor; la otra, secretaria general de una formación señalada por sentencias a mano armada. Y se presentan ansiosas para recoger la herencia del nuevamente registrador de Santa Pola, como si fueran vírgenes vestales, como si nada de lo sucedido en los últimos tiempos fuera con ellas.

Entre lo malo y lo peor está el futuro del primer partido de la derecha española. Esto es lo que, camino de Alicante, les ha dejado el huido. Esta es la savia nueva, esta es la regeneración, esto es el futuro. Una, dicen, controla el aparato del partido; la otra, dicen también, mangoneaba a su antojo en no pocos medios de comunicación y es la dueña de los secretos mejor guardados, de los dosieres de punta que pueden caer en cualquier momento y contra cualquier enemigo a través de aquellos medios amigos, de aquellos adalides de la libertad de expresión. Ambas, por si fuera poco, tienen maridos que tocan el piano sobre los que es posible disparar.

La primera víctima colateral del infierno que preparan las candidatas ha sido Alberto Núñez Feijóo, a quien el por si acaso, el miedo y/o la cobardía han borrado de la línea de salida antes de que empezara la competición, aunque pasaba por ser el caballo mejor colocado. No se sabe si han sido los dosieres de punta de Sáenz de Santamaría y el pánico a más fotos o vídeos comprometedores –como el histórico encuentro fotografiado en alta mar ¡en 1995! del presidente gallego con el entonces contrabandista de tabaco y hoy narcotraficante encarcelado, que se filtró ¡en 2013!–, o simplemente un temblor de piernas, esa flojera innata entre quienes sufren el vértigo a las alturas, entre esos blandengues que no tienen fuerzas para conquistar y sólo juegan si ganan seguro.

¡Y que tenga mucho cuidado Pablo Casado! Si el joven aspirante quiere seguir en la carrera electoral –es el único que realmente podría encarnar un nuevo PP ajeno a la podredumbre que invade su partido– no se sabe muy bien qué le puede ocurrir. Después de que este lunes se reactivara sorprendentemente la investigación judicial sobre su máster, ya hay quien apuesta por la existencia de un vídeo comprometedor en el que le veamos pillado in fraganti chorizando un par de bolis en alguna papelería. ¡Y que tenga cuidado también el gallo Margallo porque igual sale por ahí alguno de sus secretos inconfesables!

La batidora ya está en marcha. La batidora es la herencia del registrador de la propiedad. La batidora es el debate de altura con el que nos amenazan sus dos número dos, su regalo envenenado. Este es el esperanzador futuro que ofrece a la militancia popular: una confrontación de lodazal, de golpes bajos, de escasas ideas; una lucha por el poder, sin prisioneros, sin propuestas, sin valores, sin más ideología que la de su benefactor, esa que les permita ir a lo suyo, flotar, mantenerse siempre arriba, al precio que sea, a costa de quien sea.

El Partido Popular se va a convertir en un campo de batalla. Y las víctimas pueden ser numerosas porque ésta no va a ser una confrontación ni limpia ni ética donde gana el mejor y luego todos juntos, vencedores y vencidos, a levantar el partido. No, aquí habrá un antes y un después; los vivos, los muertos y las víctimas colaterales. Un desgarro tal que cuando acaben las hostilidades a este partido no lo va a conocer ni la madre que lo parió, que diría Alfonso Guerra. Aunque lo sigan controlando aquellos que, con la ayuda inestimable del registrador de la propiedad de Santa Pola, lo han llevado al pozo más oscuro.