Mi confianza en Pedro Sánchez, mi optimismo de momento, se basa en lo que podríamos llamar “la lógica del renacido”. La formulo así: uno no renace tantas veces para después suicidarse. Y se suicidaría si su gobierno fuese de obediencia a los que le han votado la moción.

Lo mejor para el país hubiera sido probablemente una convocatoria electoral. La moción de censura no para convocar elecciones sino para formar gobierno era lo que le interesaba a Sánchez, y también a su partido. El PSOE estaba descartado en las encuestas y Sánchez, fuera del Parlamento, tenía escasa capacidad de maniobra. Todo apuntaba al triunfo de Ciudadanos, y Ciudadanos, el tonto, se abandonó a celebrarlo en su jacuzzi de banderas. Sánchez, en cambio, mantuvo la tensión: supo ver la única posibilidad que tenía y jugó a ella, con audacia. Hoy es presidente y Albert Rivera un muñeco de cartón mojado.

Las intervenciones de apoyo a Sánchez por parte de lo peor del Parlamento fueron repugnantes sin excepción. Aunque hubo algo más repugnante aún: la ausencia de Mariano Rajoy de su escaño. El presidente cuya política ha sido la del chantaje en favor de lo institucional, despreciaba impresentablemente lo institucional; como ha hecho en demasiadas ocasiones. Su única virtud en todos estos años han sido los vicios de sus contrincantes.

Dio grima, por supuesto, ver a Sánchez dorándoles la píldora a los peores y machacando a Rivera. Pero la política es sucia. Sánchez estaba, implacablemente, en la lucha por el poder. Yo quise entender, con todo, que era Sánchez el que estaba timando a los nacionalistas y los populistas y no al revés. Les ofrecía baratijas (como lo de “nación de naciones”) a cambio del oro de sus votos. Pero lo cierto es que públicamente no se comprometió a nada con ellos y que ellos votaron constitucionalismo: en contra de lo que proclamaban tan alegremente, es lo que votaron. Durante el numerito final de los de Podemos con su “¡Sí se puede!”, yo me estaba mondando de risa.

Ahora Sánchez depende de sí mismo. Aunque no le dejen gobernar, le bastará exhibirse como presidente constitucionalista para tener posibilidades en las siguientes elecciones. Debe actuar como una especie de Rivera socialdemócrata: recuperar el centro-izquierda (ese del que Rivera se ha ido alejando con cortedad de miras).

Mi optimismo de momento es ese: el de la lógica del renacido. Pero en mí convive ese optimismo con un pesimismo: el de que la lógica nunca tiene la fuerza suficiente como para imponerse por sí sola. Y menos en la política.