Se ha repetido lo de la semana pasada, en que iba a escribir sobre ETA pero se interpuso Íñigo. Ahora iba a escribir sobre el ultraderechista Torra pero se ha interpuesto Mercero. Es como si un ángel quisiera que me centrase en el bien y no en el mal. Escribiré, pues, de Mercero; aunque al final volveré brevísimamente a Torra (¡no quiero que se me escape!).

Antonio Mercero, que murió el sábado, estuvo siempre en mi vida, como José María Íñigo, aunque su nombre lo conocí más tarde. Entre las primeras series que vi en televisión, en la fase de la memoria confusa, estuvo su Crónicas de un pueblo, con aquella sintonía que fue luego la de mi afición a la radio, puesto que es la que ponía Luis del Olmo en su Protagonistas. En la adolescencia estuvo Verano azul, a la que casualmente volví el pasado agosto porque leí un libro de Mercedes Cebrián que recomiendo: Verano azul: unas vacaciones en el corazón de la Transición (Alpha Decay). Y años después Farmacia de guardia, serie que vi muy poco pero que también tuvo importancia: abrió el camino para las teleseries de los noventa, a las que me dediqué profesionalmente. Pero mi Mercero favorito es el del telefilme La cabina y el de la película Espérame en el cielo.

Miro la fecha de la primera emisión de La cabina en TVE y me asombra: 13 de diciembre de 1972. Yo tenía seis años y la recuerdo perfectamente; la entendí, la sentí perfectamente. A los niños nos dejaban verlo todo y también aquel telefilme kafkiano (en realidad, cuando leímos más tarde a Kafka tendríamos que haberlo reconocido como “merceriano”). Recuerdo el impacto: la rareza, el agobio. El escalofriante final. Y que durante mucho tiempo miré las cabinas con aprensión, como bestias o trampas. Incluso de adulto no he entrado jamás en una cabina sin acordarme de ‘La cabina’.

Espérame en el cielo (1988) es una comedia eficacísima, divertidísima, una parodia fantástica de Franco y del franquismo... a la que Mercero le incrusta una genialidad, casi propia de Lubitsch: una historia de amor, entre trágica y tierna. El doble de Franco, al que el aparato del Estado secuestra para que haga del dictador, está enamorado y trata de comunicarse con su amada llevándose la mano a la oreja durante sus discursos. Si el encierro de La cabina era una metáfora del franquismo, este hombre se encuentra ‘encerrado’ dentro del mismísimo Franco, que viene a ser para él otra especie de cabina.

Y así volvemos a Quim Torra, el ultraderechista con nombre de personaje de ‘Mortadelo y Filemón’, y con las mismas luces. El ‘procés’ es la cabina en que está encerrada hoy Cataluña. Su franquismo realmente existente.