A este país hay que alabarlo sin fisuras, sin días grises, sin cuernos mentales. A este país hay que hacerle el amor mirándolo a los ojos y luego quedarse a dormir, con devoción y angustia, respirándole en el cuello toda la noche. A este país hay que entregarle el esqueleto entero, el esófago, el clítoris, los pulmones. Por este país hay que perder los dientes, la dignidad, el sentío; hay que desnudarlo siempre con deslumbramiento, hay que ponerle un piso y sudarle la mano por la calle.

Ha de ser un amor de esos que si no te mata, no vale. A este país, ya les digo, hay que adorarlo como exigen los ojos de Isabel San Sebastián, o pronto nos expulsará como si fuésemos un órgano mal trasplantado: ayer vi un vídeo abyecto en el que la periodista le preguntaba a Alfred y Amaia, en Amigas y conocidas, si sentían orgullo de representar a España en Eurovisión. “Sí, es una responsabilidad...”, balbuceó la chica, que no ha cumplido los veinte. “¿Orgullo?”, insistió la veterana, apretando la mueca como si acabase de hincarle la paleta a un limón. “Pues también. Sí, porque queremos a nuestro país a nuestra manera. No existe una sola manera de querer a un país”, salió ella del paso, con elegancia.

Lo que me turbó definitivamente fue la reacción de San Sebastián. “Bien”, musitó. “Bien”, concedió. La prueba del algodón del verdadero patriotismo se había resuelto sin incidentes bajo su mirada satisfecha de ave rapaz. Me sentí aludida -interrogada- porque mi España tiene poco que ver con morrear banderas. No le lloro a los Cristos en procesión, no me llevo la mano al pecho ni canto himnos, no me abro la vena cuando el rey nos felicita la navidad. Mi España aflora en las conversaciones de sobremesa, cuando leo a Chirbes o a Vila-Matas, cuando se me mueve el talón al escuchar un flamenquito. Mi España siente un pinchazo cuando a la estatua de Federico García Lorca en Granada le clavan una esvástica en la frente. Mi España peleona y valiente está en los libros de Gregorio Morán, en las varices de mi abuela, en Krahe dedicándole Cuervo ingenuo a Felipe González

Mi España se mira al espejo porque se juzga, y se reconoce en su arruga, en su estría y su hendidura. Mi España también es lo que ha perdido: se limpia el cerumen para escucharse a sí misma, se revisa para ser más cabal, más hermosa y más fuerte. A mi España se le encoge el corazón si oye a Manolo Caracol arrancándose por Niña de fuego, o a Concha Piquer con su Y sin embargo te quiero. Mi España se baña en el mar en tetas, predica el sexo en la siesta y mastica con hambre el lujo gratuito de la belleza. Mi España tiene palabra y memoria, y está segura, como José Luis Cuerda, de que tenemos menos poder en los puños que en las yemas de los dedos. Mi España habla La lengua de las mariposas. Y la de los camareros. 

Mi España es ese Gil de Biedma en su último verano, con los pies descalzos en el jardín, cantando La bien pagá con los ojos llenos de lágrimas. Mi España es Manuel Vilas, Gloria Fuertes, Ana María Matute. Maruja Mallo, Dalí, Panero. Mi Málaga esperándome siempre, cálida y honda como el útero materno. Mi “pechá”, mi “compadre”, mi “qué corae”. Mi España es ese cuadro de Unamuno que Méndez de Vigo ordenó descolgar cuando inauguró su despacho. Mi España sabe que un poco de jazmín en la mesilla de noche espanta a los mosquitos, llama al taxista "caballero" y conoce que en estos tiempos de guerra, como dice Sergio C. Fanjul, los mimos son el ánimo rebelde. Mi España, está claro, no pasaría el filtro inquisidor de Isabel San Sebastián, porque no se masturba viendo los telediarios ni besa su propio suelo como quien clava labio en Tierra Santa. Mi España conserva el humor, la ironía y la autocrítica, no anda fósil, dogmática, clasista ni resabiada. 

Mi España no entiende que al joven Alfred se lo coman por los pies porque diga que le gustaría cantar en catalán, en euskera o aranés. No pide la cabeza del chico porque le haya regalado a Amaia un libro de Albert Pla llamado, precisamente, España de mierda. Porque la real para mí, como escribía Cernuda, “no es esa España obscena y deprimente en la que regentea hoy la canalla, sino esa España viva y siempre noble que Galdós en sus libros ha creado”. Claro que sí: de aquélla -de la auténtica España escatológica que viene a quitarnos puntos en el carné patrio- nos consuela y cura ésta. Suerte esta noche a los eurovisivos.