Ahora los fines de semana salen templados y caldeados después de un invierno en Stalingrado. Sale buen sol para que los liberados sindicales, y los cachorros abertzales del terror en los tiempos del guasap, y los viejos republicanos irredentos y hasta un señor de Palafrugell salgan a las avenidas a portar la pancartita. Se trata de pasar el domingo socializando y sin dejarse un duro, con Terra Lliure pastoreando la cosa y prostituyendo la palabra LIBERTAD.

Hay un turnismo de manifas los fines de semana; que si ayer fue el pensionista el que pegó cuatro voces, hoy es el abertzale catalán o la cupera de la Navarra vascófona. Se sale a la calle, se arrima la cebolleta, y entre la Plaza del Castillo y el Paralelo de Barcelona, uno ve los pañuelicos de las gestoras pro y ese cartel pop de los Jordis que parece, efectivamente, un cartel que anunciase que el circo llega y que sale a pista el rat pack de los lacitos amarillos. Se ve que en esto del odio a la Constitución toma las calle/carrer/kalea una disparidad ideológica unida por las escasas lecturas, por el diente afilado, dos consignas cabezonas y por los tuits y los retuits a Otegi (el 14 de abril nos habló de la tricolor y la democracia, con dos narices).

Pamplona se llenó de individuos de todas las edades y de ocupaciones dudosas en defensa de los camorristas de Alsasua (orgullo del pueblo y espejo de gudaris). Los gamberros libertadores ya tienen la aureola de mártir en las esquinas y las cadenas del viejo Reyno, a Barkos gracias.

En Barcelona, el domingo se gritó lo de lacitos a casa con el beneplácito de los sindicatos mayoritarios: sindicatos en su enésimo error histórico. Sucede que luego querrán que los llamemos interlocutores por primero y por mayo, cuando sacan músculos y megáfonos y dejan Madrid más sucio de lo habitual. Una vez perdida la batalla social, los sindicatos andan en eso: en ser el tonto útil o el asa de un cubo que uno suelta y otro coge.

Da vergüenza esta España en la que los asesinos y los mangantes han hecho la calle suya. Mala gente que camina. En Moncloa hay trote cochinero, implosión académica y vacío. En Sevilla la parte sensata del sindicalismo mamonea con el selfie y el señorito. Un país de sonrisas cabreadas. Un orfeón de botarates con megáfono que se ve que van a coser heridas -por el forro- en un nuevo amanecer. Los puentes tendidos de CCOOUGT.cat.