La huida de Anna Gabriel a Suiza podría acabar resarciendo al independentismo de la decadente fuga de Puigdemont y dar a la CUP una proyección y un halo romántico que jamás habría soñado.

Podemos seguir diseccionando el nuevo estilismo de Anna Gabriel -Lenin llegó a Petrogrado con bombín- y hacer muchas bromas sobre su repentino aburguesamiento. Podemos acusarla de incoherente por haber elegido como refugio una de las mecas del capitalismo financiero en lugar de recalar en sus amadas Cuba o Venezuela.

Y podemos incluso llamarla cobarde por la espantada y republicar mil veces sus momentos estelares: cuando se peinaba borroka, cuando dijo aquello de la tribu como madrasa o cuando comprobó la efectividad de su desodorante en medio de un pleno. Pero mientras la "prensa española y colonial" se regocija en la medianía de un puñado de chistes, chismes y prejuicios -especialmente sobre la valentía como sinónimo de inmolación-, la Anna Gabriel hace caminito en Ginebra con una estrategia muy calculada; y puede que efectiva.

De momento, un portavoz del Ministerio de Justicia helvético ha adelantado que no se concederá su extradición porque consideran "político" el motivo por el que fue imputada por Llarena: al parecer, en Suiza el delito de rebelión requiere un grado de violencia acreditada mucho más duro -y real- que las algaradas de septiembre y los episodios de acoso a la Guardia Civil tras el 1-O.

A medida que valoramos la repercusión política y/o procesal de su fuga, más plausible parece que el autoexilio de Anna Gabriel podría convertirse en el revulsivo que necesitan el separatismo y el movimiento antisistema para reactivar su languideciente relato. También para enardecer a la alicaída CUP como bastión del secesionismo insobornable frente a la descomposición de la antigua Convergencia -toda una cultura política hecha ceniza en la chimenea de un casoplón en Waterloo- y el oportunismo acomodaticio de ERC.

Anna Gabriel aparece en la Moleskine del bobo Jové -sólo a un loco o a un adolescente se le ocurre escribir la crónica de sus delitos- como miembro del directorio del golpe secesionista. Sin embargo, no hay motivos para pensar que la ex diputada cupera afrontara más riesgo de entrar en la cárcel que Marta Rovira -60.000 euros de fianza-, Marta Pascal -libertad sin fianza-, su compañera de trinchera Mireia Boya -libertad sin fianza pese a que ha sido la única en reiterar ante el juez Llarena que la proclamación de independencia iba en serio- o el ex president Artur Mas -libertad sin fianza-.

De haber optado por comparecer este miércoles en el Tribunal Supremo, Anna Gabriel podía mostrarse firme sin estridencias, arriesgándose a salir por su pie, lo que hubiera desacreditado tanto su fama de revolucionaria como el supuesto carácter dictatorial de la Justicia española. O podía disparatar e insultar al juez como solían los etarras y los grapo lo que, como mucho, le habría deparado una pequeña porción de la exigua gloria que acompaña al preso de Estremera.

Con su autoexilio en Suiza, y gracias a los servicios del abogado de etarras que hizo decaer la doctrina Parot, la Anna compra la épica del perseguido y se pone en disposición de, en caso de lograr asilo político y no ser extraditada, meter un buen gol al Estado opresor. En el peor de los casos, si acaba siendo detenida y entregada a España, ríete de Junqueras, Forn y los Jordis porque se convertirá en la gran heroína de la sedición. 

Claro, habrá que ver como evoluciona el culebrón porque ni la rica Ginebra es una playa alambrada en Argelès-sur-Mer, por mucho que a la CUP le guste jugar al destierro republicano, ni el napoleoncito de Waterloo va a dejar así como así que, después de la traición de los propios y las jugarretas de ERC, la CUP se haga con el trono de la diáspora.