La gran parodia que es Operación Triunfo, con sus pomposidades de autoayuda y sus esforzadas técnicas para emitir gorgoritos, llegó a su culminación cuando la concursante Amaia –que terminaría ganando– cantó Te recuerdo, Amanda, de Víctor Jara. ¡La canción protesta por antonomasia en pleno concurso comercial! Y lo que es mejor: cantada con una seriedad... que a Víctor Jara le hubiera encantado.

En mi biografía, Te recuerdo, Amanda tiene su importancia, porque fue la primera canción seria de la que me despegué con ironía, y ese despegamiento me oxigenó. Fue en tercero de Bup, cuando el profesor de Literatura (el que nos había dado a leer con dieciséis años Ubú Rey, Poeta en Nueva York, Esperando a Godot o La vida exagerada de Martín Romaña) bromeó sobre ella: "¡Es un canto a la docilidad del obrero! ¡Un hi-ho hi-ho silbando a trabajar!". Me chocó muchísimo, pero pronto le pillé el gusto y yo mismo me puse a soltar cosas parecidas: ¡boutades!

Visto desde hoy, es increíble la cantidad de cosas (mentales) que se podían hacer al mismo tiempo en los ochenta. A mí nunca dejó de dolerme el asesinato de Jara, ni dejé de sentir una repugnancia absoluta por Pinochet, pero a la vez era capaz de bromear con la canción. De igual modo, podía canturrear Las tetas de mi novia tienen cáncer de mama, de Siniestro Total, o Todos los negritos tienen hambre y frío, de Glutamato Yeyé, y compadecer a una mujer con esa enfermedad o a los etíopes hambrientos.

Y es que se tenía algo que al parecer se ha desvanecido: una noción cabal de lo simbólico. Se sabía muy bien que este era un ámbito superpuesto a la realidad pero que no es la realidad; un ámbito en el que se puede jugar y gamberrear, actividades oxigenadoras justo porque subrayan su carácter de convención. Lo que hacían estas operaciones era liberar a la realidad de esa carga que, cuando se apelmaza, se erige en otra realidad: una realidad falsa que apresa y oprime a la realidad verdadera. (El peligro de este juego posmoderno era que la realidad se disipaba a veces por debajo, por lo que era relativamente fácil caer en el cinismo, es decir, huir de la abrumadora complejidad; pero todo juego tiene su riesgo).

Lo que es asfixiante (¡aplastante!) es el literalismo de hoy, esa "mente literal" de la que ha hablado Daniel Gascón. Hoy que necesitaríamos de la ironía más que nunca, para surfear el aluvión de estímulos, relativizándolos, distanciándonos de ellos, estamos entregados a un histerismo sin fin: cada estímulo nos lo tomamos en serio, lo consideramos digno de una respuesta (en general fiscalizadora), por lo que estamos en un permanente estado de compulsividad.

Y en esto llega Amaia a cantar Te recuerdo, Amanda, y toca emocionarse y exhibirlo. Y el que no lo haga es un hater o un troll, cuyo exhibicionismo a la contra es también mecánico... Todo está codificado. Todo es, en el fondo del fondo, aburridísimo. De una simplicidad carcelaria.