Ni una sola palabra sobre Cataluña. Ese es el balance de dos programas de radio que se emitieron en la BBC hace unos días, y cuya premisa era analizar el mundo al término de 2017 y anunciar lo que nos deparará 2018.

Y eso que la ocasión invitaba a ello. El primer programa era Correspondents Look Ahead (Los corresponsales miran al futuro): una tradición anual de la cadena británica, en la que sus corresponsales extranjeros explican qué puede cambiar allende el Canal de la Mancha en los próximos doce meses. El segundo era The World This Weekend (El mundo este fin de semana), programa de actualidad con un marcado carácter internacional, y cuya última edición de 2017 estaba dedicada al presente y el futuro de la democracia liberal.

El minutaje da una idea de las prioridades mundiales de nuestro tiempo. En el primer
programa, los corresponsales dedicaron diez minutos a Estados Unidos y la política de Donald Trump; cinco minutos al proceso del Brexit; otros cinco a los distintos conflictos en Oriente Medio; otros cinco a Putin y a lo que verá el mundo cuando se asome a Rusia con ocasión del Mundial de fútbol; y varios minutos al futuro de la Sudáfrica post-Zuma y del Zimbabue post-Mugabe. También se habló de la resurrección de Al Qaeda bajo el liderazgo de uno de los hijos de Bin Laden, y del proyecto del joven Boyan Slat para limpiar los océanos de residuos plásticos.

En el segundo programa, el presidente de Freedom House (organización que evalúa la salud de las libertades a escala mundial) y catedráticos de Stanford, Cambridge y Harvard hablaron sobre China, Trump, Turquía, Venezuela, Birmania, el Brexit y las consecuencias del populismo. En los minutos dedicados a la Unión Europea, tanto los corresponsales del primer programa como los catedráticos del segundo estuvieron de acuerdo en que había dos países donde la democracia se encontraba en peligro, y cuyos líderes presentaban una amenaza al proyecto europeo: Hungría y Polonia.

La muestra es tan pequeña como para resultar anecdótica, pero aún así sugiere unas cuantas lecturas. En primer lugar, impresiona que tras los millones de euros gastados en internacionalizar el conflicto, los centenares de entrevistas concedidas a medios extranjeros, las corresponsalías de Raphael Minder y Jon Lee Anderson, los bots de Assange y la saga/fuga de Puigdemont y la incansable matraca de el món ens mira, las posverdades independentistas no obtuvieran ni un segundo de atención en la radio estatal más prestigiosa del mundo.

Es fácil imaginar la desolación de cualquier activista indepe que hubiera estado escuchando estos programas, pero también un constitucionalista sentiría cierta extrañeza. Al fin y al cabo, tampoco se dijo una sola palabra acerca de la deriva ilegal de un gobierno autonómico en uno de los principales países europeos. Imposible escapar a la disonancia cognitiva: con lo que llevamos aquí hablando del monotema, ¿verdaderamente es posible que haya lugares del mundo donde todo esto no importe nada?

Y esto nos lleva a la lectura final, quizá la más saludable: nuestros problemas nacionales siguen siendo muy pequeños en un mundo inconcebiblemente amplio. Y vale la pena empezar 2018 recuperando lo que esta idea tiene de balsámica. Dejemos de buscar en el mundo exterior un espejo de nuestras pasiones nacionales, y volvamos a utilizarlo para tomar conciencia del tiempo que nos ha tocado habitar.