Creo que era la primavera pasada o así cuando me fui a entrevistar a Juan José Millás… para esta santa casa, precisamente. La entrevista era para hablar de su propio libro (de Millás), pero él venía con un libro ajeno bajo el brazo. Al escritor de raza se le reconoce porque cuando un estado de promo febril u otras circunstancias le impiden estar sentado en su casa escribiendo, se esponja las branquias leyendo a chorro. Y a poco que pueda, multiplica los panes y los peces. Millás me recomendó entusiasta lo que llevaba bajo el brazo. Le hice caso y aquí estoy.

Tenía el libro una factura sobria pero sexy, como todos los de Malpaso. Era una curiosamente intempestiva traducción al español de unas memorias de Roman Polanski. Lo de curiosamente intempestiva lo digo porque las tales memorias se habían escrito nada menos que treinta años atrás. Y al leerlas, se notaba.

Se notaba que el relato, para bien o para mal, había brotado de un mundo, no sólo de un autor, mucho más joven. Incluso en los pasajes (¿o debería decir pasadizos?...) más truculentos, como la trágica muerte de Sharon Tate embarazada a manos de la familia Manson o el posterior escándalo que convertiría a Polanski en una especie de Puigdemont porno, se notaba una lozana perplejidad. Una línea todavía bastante directa con cierto tipo de ingenuidad. Sí, estoy hablando de Polanski.

Siempre he pensado que lo que le sucedió a Polanski con aquella adolescente norteamericana acusándole de violación tuvo mucho de calculada encerrona por parte de la madre de la víctima (lo cual la convierte en víctima dos veces…) pero también significó algo así como el último estertor del “prohibido prohibir” sesentayochesco. ¿Del hippysmo erótico? ¿O del neoliberalismo sexual? A lo mejor para distinguir lo uno de lo otro hace falta una gillette más fina que la de Ockham. Hubo un tiempo, no lo olvidemos, en que follar se consideraba el gesto liberador supremo. Una gesta equiparable a la de Prometeo. Un fin tan noble en sí mismo, que el debate sobre los medios parecía carcamalidad en estado puro. Ahora, en cambio…

Ahora lo tendría a huevo para hablar de la Manada. No lo voy a hacer. No es lo mismo ser un cerdo que necesita juntarse con cuatro gorrinos más para atreverse a tocar a una mujer borracha e indefensa que ser Roman Polanski. Además él, a diferencia de otros, ha sabido envejecer sin dejar de ser un fauno noble y sin hacer el ridículo. Ha sabido ganar más en hondura que en amargura. Y eso sobrándole motivos para degenerar. Me acuerdo de todas estas cosas y sobre todo me acuerdo de él, de Roman Polanski, al leer la noticia fresca de la muerte en la cárcel de Charles Manson. Descanse en paz. Algo que sólo se intuye leyendo a alguien a los ojos, como yo he leído a Polanski, me dice que hasta él está de acuerdo.