Un mosso cobra un 30% más que un guardia civil. Carles Puigdemont cobra el doble que Mariano Rajoy, y Josep Lluís Trapero 5.000 € más al año. Cualquier trabajador de TV3 o de Catalunya Ràdio cobra más que cualquier trabajador de cualquier medio privado de su misma categoría. Un encargado de atrezzo de TV3 cobra más que casi cualquier redactor que yo conozca: aproximadamente 37.149 € al año según los informes salariales publicados por la propia Corporación Catalana de Medios Audiovisuales en su página web. Hasta los peluqueros, estilistas y maquilladores de TV3 y Catalunya Ràdio cobran más que cualquier redactor que yo conozca. 

En las facultades de periodismo catalanas, y conozco el percal de primera mano, hay hostias por entrar en la Corpo. Yo pedí hacer mis prácticas de final de carrera en el diario El País. Pensé que me iba ser imposible conseguirlas porque sólo había dos plazas para sesenta estudiantes y porque la alternativa eran medios regionales o públicos. No tuve el más mínimo problema. Muchos de mis compañeros imploraron hacer sus prácticas en TV3 y Catalunya Ràdio. En mi inocencia, pensé que estaban locos por preferir un medio público regional a un medio privado nacional, es decir el funcionariado sumiso y de alcance local al verdadero ejercicio del periodismo. Resultó que el inocente era yo. En Cataluña, poder mirarte al espejo cada mañana sin avergonzarte de lo que escribiste el día anterior tiene precio y ese precio está escrupulosa y metódicamente especificado en las tablas salariales de la Corpo. Al menos pagan bien. 
La Generalitat ha regado de millones a la ANC y a Òmnium, así como a otras entidades soberanistas o abiertamente independentistas como el Cercle Català de Negocis, la Plataforma per la Llengua, la Plataforma pro Seleccions Esportives Catalanes o la plataforma Sobirania i Progrés. En 2013, con las arcas de la Generalitat vacías, Òmnium y el Gobierno catalán llegaron a un acuerdo para rescindir el convenio que les ligaba y por el que la entidad presidida en ese momento por Muriel Casals debía recibir 1.434.000 €. Rescindido el convenio, Òmnium sólo recibió 965.000 €. 
O dicho de otra manera. En medio de la mayor crisis financiera vivida en democracia por este país, y mientras se recortaba en todo tipo de servicios públicos, incluidos sanidad y educación, las entidades civiles nacionalistas seguían siendo un negocio de los de rabo y vuelta al ruedo. Cuando las copias pirata de las camisetas producidas y vendidas por la ANC empezaron a abarrotar las tiendas de Barcelona (señal por cierto de que el negocio es boyante) sus responsables se apresuraron a recordar, como lo harían los propietarios de Gucci o Lacoste, que sólo las suyas eran las oficiales y habían sido fabricadas 100% en Cataluña. Si las cifras son correctas, la ANC ha obtenido, sólo con la venta de camisetas para la Diada de este año, 4,5 millones de euros, dos de ellos de beneficio neto. Hasta Artur Mas posó con una de esas camisetas el pasado 11 de septiembre.
La Generalitat, en definitiva, ha financiado a periodistas, profesores, funcionarios, abogados, policías, medios de comunicación y organizaciones civiles. Ha peloteado, premiado y acariciado el lomo de periodistas, eurodiputados y escritores extranjeros que ahora van cantando por las redes sociales las excelencias del nacionalismo catalán. Ha diseñado una trama clientelar de compraventa de voluntades y nepotismo desaforado que no repara en gastos y que ha convertido la Andalucía del PSOE, el palco del Bernabéu y las sociedades gastronómicas del barrio de Neguri en meros aprendices de cacique de pueblo. Media Cataluña vive de la Generalitat y la otra media, la no nacionalista, la mantiene
Cuando me hablan de los dos Jordis como de “los líderes de las principales entidades civiles catalanas” me entra la risa floja. ¿Civiles? ¿ANC y Òmnium? Lo mismo cuando me hablan de “los medios de comunicación públicos catalanes”. ¿Desde cuándo el departamento de prensa de un Gobierno es un medio de comunicación? A eso, de toda la vida de Dios, se lo ha llamado pesebrismo. Ese y no otro es el verdadero motor del independentismo: el pánico a la vuelta a la vida real, esa en la que tu salario lo determina tu valía profesional y no el entusiasmo con el que ejecutas la genuflexión frente al amo.