“El destino trágico de la personalidad milenaria de Cataluña no se ha terminado de apreciar plenamente en el extranjero. Desde comienzos del siglo XVIII, su voz nacional ha sido sumergida y fracturada por un estado centralista obsesionado con su visión arbitraria y unitaria de una España homogénea. La diferencia catalana ha aparecido esporádicamente en la personalidad de tan irreprimibles genios como Gaudí, Dalí, Miró y Bigas Luna pero, en la configuración de la Europa moderna, la incesante inevitabilidad del Estado unificado ha impuesto una y otra vez su única voz cultural.”

Así comienza un libro titulado Introducción a la Cultura Catalana (A Companion to Catalan Culture), escrito en inglés y publicado en 2011 por una editorial británica. Se ha convertido rápidamente en uno de los libros más utilizados en los cursos de lengua y cultura catalanas que ofrecen los departamentos de Estudios Hispánicos de las universidades inglesas. Y el autor del texto es británico.

¿Le sorprende esto? Ya puede ir acostumbrándose. El mundo allende los Pirineos está lleno de personas que han hecho suyo el relato victimista del nacionalismo catalán, y que lo difunden con gran alegría. Algunos son personajes en los que la vehemencia simplista aparece como una manera de compensar la ausencia de otras cualidades. Otros son personas inteligentes, informadas y bienintencionadas, que pueden resultar estupendos compañeros incluso para quienes no piensan como ellos.

La inmensa mayoría, sin embargo, son personas cuya conexión con Cataluña es tan tangencial como reducida. Un Erasmus en Barcelona, un amigo indepe, un artículo redactado por algún corresponsal particularmente frívolo. En ocasiones suponen un ejemplo del éxito propagandístico del nacionalismo catalán, y las facilidades que ha tenido para difundir su discurso; en otras, dan testimonio de lo ligeramente que muchos se forman una opinión acerca de temas que les quedan muy, muy lejanos.

Esta mayoría se parece mucho al Julian Assange que se nos ha aparecido estos días: personas muy pobremente informadas acerca de la situación actual de Cataluña, pero que encuentran en el relato indepe una causa fácil y atractiva con la que exhibir una conciencia moral a coste cero. Gente para la cual el “pues que les dejen votar” supone el límite de tiempo y esfuerzo mental que están dispuestos a dedicar a este asunto. Francamente, lo raro es que no haya más.

Una de las experiencias habituales de cualquier “español por el mundo” es, precisamente, encontrarse con este tipo de personas. Al principio uno se molesta, luego se resigna y al final incluso les encuentra algo de gracia. Mi favorita fue una chica de Azerbaiyán, estudiante de posgrado en Cambridge, que me explicó en el transcurso de una cena que ella era capaz de distinguir físicamente a los catalanes de los españoles. Sus seis meses de Erasmus en Barcelona le habían permitido -aseguraba- reconocer las diferencias fisionómicas entre catalanes y españoles. Y ¿cómo no iban a querer separarse los catalanes de aquellos con quienes no compartían ni rasgos físicos? Peculiaridades de la vida: Pompeyo Gener creó escuela en las antiguas repúblicas soviéticas.

Es cierto que estas personas y estos encuentros nos colocan ante un espejo incómodo. Uno se termina preguntando si no opinará acerca de la situación en países extranjeros con la misma ligereza y falta de información contrastada que los Julian Assange de la vida. Pero, en cualquier caso, esta ligereza se ve compensada por la enorme irrelevancia de la opinión internacional a la hora de influir en los procesos y conflictos internos de los países. Piense en todas las veces que usted se ha indignado o entusiasmado con Putin, Trump, Merkel, Macron, la guerra civil siria, la crisis de la deuda griega, etc. ¿Acaso ha influido de alguna manera en el devenir de los acontecimientos en aquellos países?

Todo esto debería hacernos reflexionar sobre la desmedida relevancia que otorgamos en España a las opiniones de medios o personalidades extranjeros (y en esto, como en tantas otras cuestiones, los indepes son casi exageradamente españoles). Nuestra experiencia apunta a que este tipo de opiniones suelen estar poco formadas, que responden más a prejuicios ideológicos que a un conocimiento exhaustivo, y que tienen poca consecuencia real. Es fácil hacer uso de ellas para apuntarse un tanto moral, pero su validez o relevancia debería depender exclusivamente de su valor o coherencia internos. Es decir, del mensaje y no del emisor.

Y así volvemos a Assange. Comparar el referéndum del 1-O con la masacre de Tiananmen y predecir que lo de Cataluña se resolverá o con la independencia o con la guerra civil solo evidencian una gigantesca frivolidad intelectual, vengan los argumentos de quien vengan. Y quienes -empezando por Oriol Junqueras- celebran opiniones tan banales, solamente por venir de una personalidad extranjera conocida, no hacen sino caer en el ridículo. Fantástica ironía, que quienes pontifican sobre la personalitat catalana tengan tan poca personalidad.