En un otoño que se presenta complicado, sosiega levemente la conciencia de que septiembre traerá también un rosario de novedades culturales para ayudarnos a subir la cuesta infinita de la realidad. Puse la primera piedra de la temporada asistiendo a un pase de preestreno de La niebla y la doncella, ópera prima del guionista Andrés Koppel basada en la novela homónima de Lorenzo Silva: los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro se enfrentan a un crimen no resuelto cuyos flecos siguen moviéndose con el aire marino de La Gomera.

De la película prefiero no contar nada, salvo que es altamente recomendable y que el director ha hecho un trabajo de primera clase con la dirección de los actores. Genial Verónica Echegui, genial Aura Garrido en su papel de la magnética Chamorro e insuperable Quim Gutiérrez metiéndose en la piel del sargento Bevilacqua, al que rejuvenece gloriosamente sin restarle ni un gramo de profundidad, ni un poco de ese fondo atormentado que amamos los admiradores de la serie de la pareja de guardias civiles más famosa de la historia.

Al margen de las muchas bondades del film, me conmovió el papel fundamental que director y productor (el veteranisimo Gerardo Herrero) han querido dar al autor de la novela en que se basa. Lorenzo Silva está participando de la promoción, haciendo entrevistas y formando parte del equipo de profesionales que firman la cinta. Parece justo, pero no es habitual reconocer así al padre de la criatura, al responsable del germen de una historia, al muñidor de espacios, personajes, anécdotas. Antes al contrario: a diferencia de lo que pasa en otros países. O sea, el cine patrio parece complacerse en oscurecer a los pobres escritores que urden una historia que acaba en la gran pantalla.

Hace años, el autor de una exitosa novela llevada al cine me contaba que el director lo expulsó del plató por atreverse a sugerir un error de guión: el protagonista, bebedor profesional, alternaba el whisky y la ginebra, cosa que nunca haría un borrachín experimentado. Aquel escritor tenía más razón que un santo, pero el director todopoderoso no consentía que un vulgar chupatintas osase señalar un patinazo.

En España, el ninguneo al profesional de la escritura es el pan nuestro de cada día, un ejercicio de absurda mezquindad que no hace sino dividir fuerzas y restar posibilidades promocionales a una película. Por suerte, parece que hay profesionales que empiezan a entender que en el caso de guiones adaptados el novelista es un aliado y no un enemigo. Ojalá cunda el ejemplo de La niebla y la doncella, cuyo autor se ha convertido en cómplice del proyecto. De momento, vayan a verla si quieren disfrutar de una gran película. Y que viva el cine.