Está por confirmar que Rajoy se fumara un puro nada más terminar el pleno del Congreso convocado para tratar de la corrupción del PP, como vaticinó Joan Tardà al observar durante el debate de qué manera le resbalaban las críticas al presidente del Gobierno, pero no es en absoluto descartable que lo hiciera. Con dos o tres sesiones más como la de este miércoles tenemos Rajoy para años.

Se han hartado de decir los separatistas catalanes -fingiendo hacer pucheros- que el PP es una fábrica de independentistas. Pues bien, basta con ver la risa contenida del presidente durante la intervención de Tardà para percatarse al instante del filón de votos que ha encontrado en los amigos de Josep Lluís Trapero.  

En realidad, el debate acabó cuando, con verbo atropellado, el portavoz de Esquerra preguntó a los diputados del PP: "¿Qué se creen, que [los catalanes] somos imbéciles?". Y lo que quizás en su imaginación debía de dar paso a un silencio con carga dramática provocó un descacharrante "sííí" en la bancada popular. Picado en su orgullo, Tardà se revolvió en la tribuna: "¿Qué se creen, que para nuestros hijos queremos una Cataluña corrupta?". Y venga el pitorreo y otro "síííí" más fuerte que el primero. 

No había nada que añadir. Las solemnes palabras de Pablo Iglesias a los periodistas en los instantes previos a abrirse la sesión -"la corrupción del PP es la mayor amenaza a la democracia española"- sonaban a esa hora a escayola hueca. Y cuando Aitor Esteban quiso poner voz a los vascos de piedra blindada, semejaba una monjita rezando el rosario.  

Que Televisión Española conectara en mitad del debate con Buñol para ofrecer en directo la Tomatina es una metáfora tan estimulante que, lejos de reclamar sanciones para el responsable de la cadena pública, como plantean algunos, habría que proponerle para un premio.

La Gürtel está ya tan manoseada que a alguno le suena a nombre de meretriz del Barrio Rojo de Ámsterdam, y al lado de la barbarie yihadista en las Ramblas o el desafío cafre de la Generalitat, ni eso. Las lanzas contra Rajoy sólo podían tornarse en tomates. Y a tomatazos seguimos.