Lo siniestro fue la repetición. Esos miles de carteles idénticos, bien diseñados, fabricados en serie y que transmitían consignas delirantes con una tipografía cool. Piezas de un proceso fabril, la taylorización de la rebelión en Cataluña. Puede que los que asumieron con disciplina este modelo vertical de manifestación no fueran mayoría, puede que solo fueran unos usurpadores, pero la hegemonía es esto: la cuidada escenografía que permite que el centro del plano cenital de la marcha tomado desde un helicóptero la ocupe una enorme pancarta que culpa al Rey de unos atentados terroristas.

Son un puñado de frames que nos permiten decir que ya no existe un solo ámbito de la vida pública catalana que esté a salvo del enfrentamiento. Un atentado terrorista ha sido la prueba definitiva de hasta dónde se ha extendido la metástasis. Todavía no han terminado de morir las víctimas y ya son combustible. La tarde del domingo se anunció la muerte de la decimosexta, una mujer alemana de 51 años que si hubiera podido ver por televisión la manifestación de Barcelona no se habría enterado de lo que allí estaba ocurriendo.

Lo más probable es que los familiares de la víctimas portuguesas, italianas, australianas, belgas, alemanas, canadienses y estadounidenses tampoco estuvieran, hasta ahora, al tanto de la anomalía que representa España, donde calculadas ceremonias de la ira contra las autoridades ocupan el centro de la escena en eventos deportivos, aniversarios históricos y -sí, también- en manifestaciones de repulsa contra la violencia terrorista.

Ya se ha emancipado el monstruo crecido en Cataluña tras más de cinco años de desafío -también vertical- a las instituciones democráticas y de exaltación de la rebelión. El sábado por Barcelona se paseó gente con pancartas que hablaban de “nuestros muertos” en un sentido confiscatorio, porque al final consistía en eso, en confiscar a los muertos para poder arrojarlos sobre las autoridades. La consigna comenzaba así: “vuestras políticas”.

No era solo gente, una muchedumbre sin representatividad. Detrás de esa pancarta infamante estaban entre otros los socios de los que depende el presidente de la Generalitat, que todavía no se ha enterado del significado histórico del sintagma compañero de viaje. Quizás la Cup no fue lo suficientemente explícita cuando dibujó en su propaganda a Jordi Pujol y Artur Mas barridos de Cataluña. Es probable que todavía nadie dentro del PdeCat se haya dado por aludido. Por si acaso, sirva esta aclaración: “Vuestras políticas” son también las vuestras, Puigdemont.