Pues yo sí tengo miedo. No de los atentados en sí. No es que no me asusten, es que intento no desperdiciar mi miedo con lo inevitable. Nadie está a cubierto de morir así, a manos de esta gente. Hay que aprender a vivir con ello no demasiado mal, con las menos limitaciones posibles y con la amargura justa.

No, cuando digo que yo sí tengo miedo, me refiero a que lo tengo de otra cosa. Desde el minuto uno fui dolorosamente consciente de las nefastas consecuencias políticas que podía tener este atentado. Expresé mis temores con cautela al principio, con desesperación después. A Christopher Dickey, un periodista norteamericano que me escribió primero para preguntarme si estaba bien, y segundo para elegantemente sonsacarme algo que escribir él mismo, le abrí mi corazón con frases como estas: “La política catalana está tan distorsionada que no se puede esperar una cooperación fluida con las fuerzas de seguridad del Estado”… “Van a producirse muchos errores, y va a haber mucha confusión para ocultar estos errores”… “Van a magnificar aquello en lo que acierten y a minimizar todo lo que salga mal… Cada detenido tendrá una importancia crucial, cada uno que se escape será un mindundi”… Etc. Y, finalmente: “El 11-S os encontró a vosotros bastante unidos; nosotros no lo estamos”.

Fascinating”, me escribió el bueno de Chris. Yo me quedé menos fascinada que acongojada y mi congoja no ha cesado de aumentar. Lo que al principio eran discretas patadas en la espinilla, miserias en clave (insistir en hablar del “Estado” y no de España aún en estas penosas circunstancias, estar dispuestos a agradecer públicamente la colaboración de los boy scouts del Congo belga antes que la de la Guardia Civil…) ha ido in crescendo hasta hacer la mezquindad simplemente asfixiante. Hasta vomitar por esas boquitas puro zyklon b: que si víctimas catalanas versus víctimas españolas. Que si acusar al mismísimo Rey de España de armar a los yihadistas (¿y entonces el Barça también, a través de la Qatar Foundation?), que si acusar al gobierno de la nación de provocar el atentado por no ceder las competencias de lucha antiterrorista que, sintiéndolo mucho, le pertenecen, a los Mossos d’Esquadra, héroes a la fuerza de este culebrón, obligados a transitar un puente de cuerda colgante como los de las películas de Indiana Jones… Milagro será que no se despeñen todos al abismo, con los políticos tirando de la cuerda como locos…

Miren, lo que pasa se resume en muy pocas y desagradables palabras: la independencia por poderes, la política de fingir que, si no te dejan tener el Estado que tú quieres, tiras a la basura el que hay, haces como si no existiera, ha demostrado ser algo peor que una calamidad. Es una temeridad. Porque a la hora de la verdad y de la tragedia, cuando todo se pone a prueba, todo Estado es poco. Nos hacen falta la Guardia Civil, el Rey y la Ley, la jerarquía bien entendida y la democracia bien hallada. Nos hacen falta chorros de buena voluntad y de convivencia.

Siempre pensé, como otros, que esto del 1-O sería un bluff del que se emergería tapando la chapuza a base de hablar de otras cosas. Que los herederos de Puigdemont se las arreglarían para salir del lío cambiando de tema. Pero vista la porquería mental que está saliendo ahora de debajo de las alfombras y de las conciencias, visto el odio que está cogiendo cuerpo, me empiezo a preguntar si no sería mejor que cierta gente (y sólo ellos) efectivamente se independizara. A ser posible lejos, todo lo lejos que se pueda. ¿Qué tal en las antípodas?