Este país tiene un interés, al parecer grande, en autodestruirse. Solo así puede entenderse la disparatada y creciente tendencia a arremeter contra los turistas que, por suerte, aún nos visitan cada año.

Más allá del dinero que dejan, de los puestos de trabajo que generan y del enriquecedor intercambio cultural que suponen, cuesta encontrar razones para rechazar a los turistas, y mucho más para increparlos. Sobre todo en un país que, en gran medida, vive de ellos.

Los viajes son toda una universidad en la que se aprende lo que no te enseñan en las aulas, y los turistas son sus estudiantes. Algunas veces puede que su comportamiento no sea el mejor; también hay alumnos que no estudian convenientemente en las facultades. Pero resulta del todo delirante, y también peligrosa, la idea de atacar a quienes pretenden disfrutar de nuestro sol, de las costas y el mar, de nuestra oferta culinaria y cultural, y también de nosotros mismos, y encima pagar abundantemente por ello.

Y eso acaban de hacer con contundencia decenas de compatriotas –lo son, quieran o no, queramos o no-, en Baleares, Cataluña y Valencia. También en Madrid están apareciendo pintadas, cada vez más frecuentes, con ofensivos mensajes contra los turistas. ¿Nos habremos vuelto locos? ¿O es que, realmente, queremos una autodestrucción rápida y dolorosa?

El turismo, que aporta 110.000 millones de euros a nuestra economía, también pone en el mapa mundial a nuestro país. Tanto, que España tiene el sector turístico más competitivo del mundo, según el Foro Económico Mundial. Además, somos el tercer país más visitado del planeta, solo por detrás de Francia y Estados Unidos.

Aunque, quién sabe, esto puede cambiar en breve. A solo cinco millones del país presidido por Trump, y a solo ocho del liderado por Macron, los 80 millones de extranjeros que se esperan en nuestra nación en el año en curso podrían alzarnos al segundo puesto muy pronto.

O, si los ataques persisten y los turistas comienzan a sentirse maltratados, como los usuarios del autobús turístico de Barcelona o los del restaurante de Palma de Mallorca, puede que nuestra posición en la lista se modifique en sentido contrario e, incluso, que acabe por desplomarse. ¿Quién quiere ir de vacaciones a un lugar donde lo tratan mal?

El turismo es la primera industria de nuestro país: aporta el 11 por ciento del PIB. ¿De verdad vamos a permitir que Arran, los cachorros de la CUP, u otros grupos con confusión ideológica y numerosos activistas lo destruya?

Al final, las sensaciones son las que dirigen muchas de nuestras decisiones. Si a uno lo tratan inadecuadamente en un comercio, no vuelve. Si a uno lo desairan o humillan en un país, no vuelve. Y, por supuesto, también lo difunde. Los medios de comunicación lo hacen. The Guardian o The Times ya hablaron profusamente del ataque al autobús en Les Corts.

El turismo mata”, se puede leer en las pancartas; “Fuck tourism”, o el más grave y nada jocoso “Why call it Tourist Season if we can shoot them”, en las pintadas sobre algunas paredes en diversas ciudades. ¿Harán algo las autoridades antes de que sea demasiado tarde?

Es posible, necesario y también urgente, hacer compatible la vida en las ciudades más visitadas y en los puntos tradicionales de veraneo al respecto del crecimiento del sector más importante que tiene España. Solo hace falta que los políticos implementen las medidas adecuadas, en infraestructuras y convivencia, para que la progresión de nuestra mayor fuente de ingresos resulte racional y ordenada. Y, al mismo tiempo, por supuesto, deben tomar medidas contundentes que impidan la proliferación de estos infames y absurdos ataques.