De la larga sarta de mentiras fabricadas por los nuevos pastores de almas y que algunos jóvenes españoles suelen comerse a dos carrillos mi preferida es la de que las tendencias de voto en España muestran una brecha generacional que provocará una revolución en el futuro. Entiéndame: la mentira no es la brecha entre los jóvenes que votan a Podemos y los viejos que votan al PP y al PSOE (esa brecha existe) sino sus supuestas consecuencias. La del fin de un pasado rancio, enfadado y meapilas, y la de la llegada de un futuro radiante, positivo y perfumado con alguna de esas colonias para quinceañeros con olor a piña como Hugo Red de Hugo Boss.  
Según tal fantasía, es cuestión de tiempo y ley de vida que la izquierda auténtica alcance el poder. De acuerdo a los Cálculos de la Comisión de Sumas y Restas de la Gente, bastan un par de veranos medianamente calurosos que finiquiten por la vía rápida a un 1 o un 2% de fachas para que sea posible un gobierno de coalición con el PSOE. En diez o doce años esa mayoría será ya absoluta y el Partido Socialista no hará falta ni como apoyo parlamentario para la investidura. 
Como todas las mentiras, esta también se basa en una media verdad. La de que Podemos es el primer partido entre los votantes de 18 a 34 años. Como explican Jordi Pérez Colomé y Kiko Llaneras en este artículo, aproximadamente el 35% de los españoles de esa edad dicen tener intención de votar a Pablo Iglesias en las próximas elecciones generales. El porcentaje baja al 10% entre los mayores de 54 años. Exactamente lo contrario de lo que le ocurre al PP. También dicen las encuestas que Podemos triunfa entre las clases media y alta, y entre los españoles con estudios superiores.
Pero a esa evidencia (el voto de Podemos es urbano, joven y económicamente privilegiado) hay que añadir una segunda. Los jóvenes españoles abandonan el hogar familiar a los 29 años. Diez años después que los suecos y tres años después que la media de los europeos. Sólo en Malta, Eslovaquia, Italia y Grecia los jóvenes se emancipan más tarde. 
Las causas son variadas. En el caso de España, la alta tasa de paro juvenil, una estructura familiar muy conservadora que retiene a los hijos menos ambiciosos e independientes en el hogar materno, y una legislación que desprotege a los propietarios de inmuebles frente a impagos y okupaciones, desincentivando la posibilidad de que estos alquilen sus propiedades a precios razonables. 
La mentira, en definitiva, es la que presupone que unos jóvenes sin incomodidades económicas de ningún tipo, dependientes, con aspiraciones profesionales por encima de las que demanda el mercado laboral español, y acostumbrados a un nivel de vida (el de sus padres) mucho más alto que el que se van a poder permitir en cuanto salgan de debajo del ala familiar continuarán votando a Podemos cuando les caiga la primera letra de la hipoteca encima y comprueben que el 50% de su salario se lo come el Estado antes incluso de que el otro 50% llegue a sus manos. Cuando comprueben, en definitiva, que un voto a Podemos sale muy barato a los 25 años pero extraordinariamente caro a los 30, los 40 o los 50, y que la solidaridad abstracta, beata y meramente declarativa hacia la humanidad en pleno se pierde como una voluta de humo cuando te topas con la responsabilidad real, concreta y tangible de tus hijos, tus padres o tu pareja.
Y cuando digo “caro” no hablo en sentido metafórico sino literal. Ahí sí que tienen un reportaje interesante los politólogos españoles: coste del voto en España por edades y partidos. O mucho me equivoco o el voto a Podemos a partir de los 35 años es un producto de lujo sólo al alcance de rentistas indolentes, funcionarios desahogados y clases altas. Un producto especulativo como cualquier otro, en definitiva. Sólo que en este caso la especulación no recae sobre un bien propio sino sobre las vidas ajenas.